La historia de las mujeres. La historia*
Me gusta la historia, por eso la leía con avidez cuando pequeña, y por eso también, cuando una serie de casualidades de la vida me llevaron a la universidad, estudié para ser profesora de historia (casualidades de primerísima necesidad si creo en las palabras de la maravillosa historiadora María- Milagros Rivera Garretas, y le creo).
Aprendí, porque así me enseñaron, que las mujeres
“irrumpieron” en la historia con valor y atrevimiento, que lo hicieron cada vez
que fueron a la guerra, lucharon por y alcanzaron derechos políticos, reconocimiento
legal, o murieron por los efectos de la radiación, salieron al mercado del
trabajo, se aliaron a este u otro partido o lucha obrera, murieron en la
guerrilla y se transformaron en la comandante “x” o la comandantA “y”.
Yo aplaudí esas muestras de valor, las busqué en aburridas e
interminables cronologías de sangre y las atesoré a mi modo, en la memoria o
cuadernos borroneados. Me sentí impresionada y pensé: es posible, nosotras
también tenemos historia.
También aprendí que las mujeres podían ser objetos de la
investigación histórica cuando se las trataba como tales: objetos. Y eran
empujadas a subir al cadalso, o encadenadas como esclavas o tratadas en
guerras, violadas, encerradas en burdeles, etc. Sobre mujeres en burdeles y sus
prostituidores escribí dos largas tesis. El carnaval de la miseria femenina era
otra forma de “entrar” en la historia. Y me lamenté y enfurecí.
En resumen, se podía decir que la historia de las mujeres era
un acápite en la Historia. Y que sucedía cuando éstas eran capaces de ponerse
al lado/del lado de los hombres, hacer sus cosas o acompañarlos.
Aunque lo entendí tardíamente (pero a tiempo) el hecho es
que la verdad siempre estuvo a la vista, desplegada ante mis ojos. Solo que no
había, aún faltaban, las palabras para nombrarla: la guerra es de los hombres,
la política con poder que lleva a la guerra es de los hombres, y también es
otra forma de guerra, como no dudan en afirmar ellos mismos orgullosos… La
democracia, la joya de la corona fálica de la política masculina, es un juego de
guerra, de correlaciones de fuerzas, una pausa entre los enfrentamientos
armados, y las leyes que surgen de esos juegos, son de los hombres, el mercado es
de los hombres, los partidos, políticos y deportivos, de los hombres…
¿Y la miseria?
Y esto es lo aún en muchas escuelas se considera y se enseña
como Historia. Y es también lo que ha logrado hacerse llamar "historia" en la
cultura. Y esto también me lo enseñaron: los hechos que son historia son los que han
quedado huellas tangibles, monumentos, indicios… Mapas y estatuas, documentos, tradiciones,
Estados, códigos, técnicas de destrucción, regueros de sangre, miseria,
miseria, miseria.
Monumental y verificable miseria.
La cosa es que los hombres son capaces de arrancarse unos a
otros los ojos, literal y figuradamente, con tal de dejar su huella. Ahora
pienso que toda la historia del hombre no es más que un vestigio (sea éste espantoso
o bello, los partenones no se salvan) del infantilismo narcisista masculino… Bueno,
quizás no TODA, pero siendo generosa al menos el 99% de ella lo es.
La historia que nos dicen que es LA HISTORIA, es el gran
relato de la necrofilia masculina. La exaltación de la muerte, de la que tan
lúcidamente habló Mary Daly, está presente en todo lo
que los hombres consideraran “historia”. Ya que no pueden dar vida, dan muerte.
Entonces, resultó que las mujeres necesitábamos participar
del festín necrófilo para “entrar” a la historia. De esa forma, daba la
sensación de que por milenios fuimos la mitad de la humanidad sin historia y
que solo accediendo al banquete masculino logramos hacer y tener nuestra propia
historia, codo a codo con los tipos. Es como para desanimarse, ¿no?
Pienso que la espectacularidad de un hecho es una medida muy
pobre para decir que es y que no es “historia”.
Se trata de una verdad tranquila y cotidiana, enorme y
profunda, que se escribe día a día y podemos experimentar en la rutina, mirando
un poco, haciendo una pausa.
Entonces, pensé: me basta con ser consciente de mi propia
existencia y la de otras, para afirmar sin temor a equivocarme que las mujeres
han estado todo el tiempo en la historia, activas, presentes y llenas de
grandeza femenina. Grandeza y espectacularidad no van de la mano.
Pero, además, si no bastara con la confirmación que nos
entrega nuestra propia existencia, al menos algunas de esas huellas están si se
las busca. Claro que no han sido muy buscadas, pero lo han sido. La misma María
Milagros como historiadora, o la arqueóloga Marija Gimbutas, o Elizabeth Gould-
Davies…
Dar a luz ya amamantar, ayudar a parir o a cuidar, tejer,
bordar, sembrar, seleccionar semillas, cuidar animales, lavar el rostro de las
niñas y niños, enseñar las palabras, desenredar el pelo de ancianos/as,
cocinar, elaborar cerámicas, pintar las paredes de cuevas para entretener a los
pequeños, escribir diarios, escribir memorias, cartas, experimentar con
ingredientes, sabores y tipos de cocciones, crear y preservar recetas de
comidas, limpiar la casa, etc., son actividades que pueden o no dejar huellas,
pero que no podemos negar que se han llevado a cabo durante toda la
historia.
Sobre todo, las tareas compartidas, las cosas femeninas como
juntarse a cuidar crías o a lavar ropa, actividades por tanto tiempo
despreciadas, incluso por el feminismo, que tantas veces se ha jugado su propia
existencia en el juego de entrar a las grandes ligas masculinas, seguramente dieron
lugar a largas conversaciones, confesiones, risas y conflictos, amistades,
complicidades y amores. Y fue en esos murmullos, en esa labor paciente y
cotidiana, que surgieron los vínculos que mantuvieron a la humanidad a salvo de
la destrucción, o la reconstruyeron tras ella.
Esa política, la de las relaciones y la conversación, la
política primera como han dicho las pensadoras de la diferencia sexual,
está en el fondo de todo eso que ha sido llamado “historia”, y es la que nos ha
mantenido vivas, muchas veces a pesar de esa “historia”.
la Historia de las mujeres es la Historia!! Y qué bueno saberlo no? Me hiciste recordar esa frase “históricas” del 8M qué crees?
ResponderEliminarAh, ellas me han inspirado en gran parte. La idea de que la lucha en la arena de la política con poder es historia, hace historia, y que quienes la practican son "históricas", no puede si no hacerme pensar en la contraparte que NO es historia: cuidar a una bebé o conversar con amigas, leer, visitar la tumba de la madre... El feminismo mainstream se alimenta mucho del simbólico masculino de la apoteosis de la lucha y lo espectacular.
EliminarGracias por tu artículo, me ha dado una perspectiva que no había pensado!! Y que de repente se me hace tan real y lógico.
ResponderEliminarMe encanta que estas palabras te toquen.
EliminarVuelvo a releer estas palabras tuyas y no puedo evitar sonreír. Pienso mucho en mis tías, en su vida y su legado tan bello y que cada vez que charlamos las escucho con los oídos bien atentos. Pasé mucho tiempo en esa dialéctica masculina y en la escalada al falo y no me daba cuenta de lo valioso que era/es para mí esas charlas en el bondi con mis amigas, las tardes de tomar mate en casa de mis tías o las tantas veces que fuimos a la plaza a tomar tererés con amigas. Lo sentía y no lo veía. Que hermosa tu escritura Doménica. 💓
ResponderEliminarGracias, hace tan bien leer palabras así!
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