Renunciar a la epifanía



Una de las experiencias de escritura más placentera que una puede vivir es la de encontrarse frente a una pregunta/ problema por días, semanas o meses, y luego, en un día de gracia, encontrar una respuesta, un camino, toparse con una intuición.


Pero para vivir esa experiencia, es necesario sentarse con el problema, la pregunta, incomodarse y mirarla con detención suficiente. O dar largos paseos, hipotéticos o materiales, con la duda rondando.
Acercarse a ratos, después dejarla y apreciar cómo regresa, imantada, a tu corazón.

Está esa opción, que creo, es la que lleva a pensar realmente. Te expone a la necesidad de dar vueltas en torno a la pregunta, respetando su integridad, su realidad.
La presencia de algo que se te resiste. Algo que te muestra que existe el Mundo, lo otro y los otros y otras más allá de tu deseo y de cualquier solipsismo.


La otra es ir corriendo a preguntar a la "IA" y que una máquina perversa te de la respuesta que surge de su algoritmo de máquina, frío y sin alma.
O sea, está la posibilidad de renunciar a pensar, que es más o menos, renunciar a tu humanidad y convertirse en una mera repetidora de dictados de una máquina.

Renunciar a la epifanía.
En un mundo así, no quiero vivir, no creo que valga la pena.

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