Las lesbianas seguimos siendo mujeres






No todo lo que provoca sufrimiento es opresión. Hay muchas cosas que hacemos o nos hacen, que pueden provocar-nos sufrimiento, y eso no nos transforma ni transforma a la otra parte en “opresora”. Así sucede, por ejemplo, al darle término a una relación tóxica*.

La idea de que la mujer que toma esta decisión para protegerse a sí misma, si provoca sufrimiento en el otro o la otra, está siendo malvada, violenta u “opresora”, es una vieja y peligrosa argucia patriarcal**.

La opresión se encuentra en mecanismos que niegan cuestiones vitales en términos humanos, se trata de poner en entredicho no solo el respeto a la vida misma, sino también la autonomía, la humanidad, la legitimidad de ser humanas… Y todo lo que lo humano compromete, la materialidad y lo simbólico de la existencia como mujeres, por ejemplo, que es negado, amenazado y asesinado por el patriarcado de los hombres (Lerner, “La creación del patriarcado”).

Así mismo, tampoco podemos ceder ante la tentación, en nombre de un manoseado concepto de “sororidad”, de las manipulaciones narcisistas entre mujeres. Y creo necesario asumir este problema, porque este es el ámbito que  me interesa y me compromete. Me importan sobre todo las relaciones entre mujeres desde el momento en que, a partir de ejes como el feminismo radical lesbiano y el feminismo de la diferencia (lesbiano), mis preocupaciones giran en torno a las mujeres y al mundo que construimos entre nosotras, más allá de lo que los hombres siguen haciendo, porque respecto a estos últimos no tengo mayores expectativas.

Así, las formas en que nos relacionamos entre mujeres, los problemas que enfrentamos, nuestras potencialidades, etc., merecen ocupar el centro de nuestras acciones y reflexiones.

Retomando el asunto de las relaciones de poder y su definición, cortar unilateralmente una relación entre mujeres, cuando esta se vuelve tóxica y violenta, más allá del sufrimiento que podemos provocar, y aún ante la consciencia de estar provocando sufrimiento, no nos convierte ni en violentas ni en opresoras.

Muchas defienden el poder de decir “no” a los hombres en determinadas relaciones como un elemento de gran importancia, como una demostración y ejercicio de libertad  y autonomía, y como un principio básico del necesario amor propio y autocuidado feministas.

Sin embargo, estas certezas parecen desaparecer cuando se trata de una relación entre mujeres.
Una de las razones que puede explicar esto es la heterosexualidad obligatoria y la invisibilización feroz de las lesbianas dentro de las filas del feminismo. Es decir, si no se sale del espacio del pensamiento asignado por la heterosexualidad, será muy difícil pensar como un problema feminista el saber y poder decir no a otra mujer, en cualquier tipo de relación, pero, sobre todo, en una de pareja/romántica/afectiva o sexual.

Pero las lesbianas existimos, muchas de nosotras somos feministas, y nos enfrentamos a problemas de pareja con otras mujeres. Y, aunque yo sigo defendiendo que nunca estos problemas adquirirán las dimensiones que tienen las relaciones románticas-con-hombres, es innegable que existen.

Existen relaciones entre mujeres que pueden volverse tóxicas, cargadas de desconfianza y mentiras, manipulaciones y dependencias, etc. O hasta de violencias físicas. En fin, relaciones que resulta mejor terminar, más allá de las dudas que imponen los afectos, la costumbre y las lealtades construidas. Esta debería ser una verdad para cualquier mujer, y debería ser una cosa evidente para una que se considere e intente vivir honestamente el feminismo.

Si no es así, si no comprendemos que las lesbianas también podemos enojarnos y pelear a veces, e incluso terminar unilateralmente un vínculo, es porque estamos escondidas, silenciadas o tergiversadas: pasamos del amor perfecto a la figura de la "violentadora-pseudo-hombre" sin puntos medios. Con esto, básicamente se nos deshumaniza: para ser "aceptadas" en el feminismo (como si el feminismo fuera de otras) debemos estar siempre sonrientes, disponibles y felices, y ser las más súper tiernas y sororas: "amiga, aquí estoy para ayudar con tu aborto", "hermana hetero en crisis, ven, mi hombro será tu almohada de lágrimas"... Y, aunque parezca caricaturezco, de hecho, esto suele suceder, las lesbianas sí solemos estar ahí para nuestras compañeras. Y estamos desde el feminismo, así en redes de apoyo al aborto, entre muchas otras instancias. Pero, al momento de negarnos a una interacción, al cortar un vínculo, el peso de la condena cae sobre nosotras desmesuradamente.

Da la sensación de que se exige una suerte de infalibilidad a las lesbianas, como si lo único que se nos pudiera aceptar, como exceso tolerado, para estar dentro del feminismo, fuera ser lesbianas. Las lesbianas nos relacionamos y comprometemos afectivamente con otras mujeres, y somos las únicas mujeres que pueden, al menos potencialmente, tener relaciones afectivas de forma exclusiva con mujeres. Aunque esto parezca una redundancia, es necesario que tanto lesbianas como mujeres hetero mantengan esto a la vista en sus consideraciones, ya que esta característica de las lesbianas, puede hacer que, justamente por elegir solo a mujeres, parezcamos enfrascarnos de forma “sospechosa” en conflictos con otras mujeres. Y la explicación es fácil: mientras una mujer que mantiene relaciones con hombres podrá repartir, en el mejor de los casos, sus conflictos a partes iguales entre hombres y mujeres, las lesbianas tendremos, cuando se produzcan, casi el 100% de nuestros problemas personales e íntimos con otras mujeres.

Por lo tanto, esta puede ser en alguna medida una explicación para la errónea interpretación respecto a que somos, en comparación con las heteros, más propensas a pelear con otras mujeres. Y claro, si nosotras elegimos a las mujeres para vivir nuestras vidas, y tenemos en cuenta que las mujeres somos humanas, es imposible desterrar del todo los conflictos, aún con las mejores intenciones.

Precisamente, por la profundidad de los vínculos que las lesbianas formamos con las mujeres, por el compromiso amoroso, la inversión de tiempo, la intimidad implicada, nuestras rupturas pueden ser especialmente dolorosas y complicadas de abordar.

Por lo tanto, acá el problema no es acerca de los esfuerzos que debemos hacer para que no se produzca ningún conflicto/ruptura, sino de la forma en que los vamos a manejar cuando estos se produzcan.

Volviendo al caso específico de las relaciones amorosas entre mujeres, feministas o no, el sufrimiento que puede acarrear una ruptura, puede ser enorme. Obviamente, creo, y que me corrijan quienes han estado en ambos lados, la parte que recibe ese “no”, que, debe aceptar un corte, sufrirá más. Puede no entender ese corte, no querer aceptarlo, intentar revertirlo, sentirse tratada “injustamente”, presa de sus emociones, en fin…

Mientras, quien decide terminar estos vínculos, ha llegado a la certeza de que se trata de un vínculo perjudicial, o, simplemente, por cualquier razón que es de su incumbencia, lo considera insostenible. Esta mujer ha emitido un juicio negativo respecto a esa relación y se ha mantenido firme en él. Sin duda, puede sufrir, y casi estoy segura de que siempre se sufre, pero, a la luz de lo que conozco y de lo que he vivido, por decirlo así, “el manejo” del sufrimiento es mucho más factible, menos tortuoso y eso repercute en la intensidad y en la duración de dicho sufrimiento.

Ahora, ya que las mujeres sin duda alguna vivimos en una civilización misógina, que se ha encargado de odiarnos y de inyectarnos odio hacia nosotras mismas, y eso lo sabe toda feminista, resulta tremendamente difícil y doloroso decidir terminar una relación tóxica. Por algo nosotras decimos entender a las mujeres que permanecen al lado de sus maltratadores, ¿no? Lo decimos porque sabemos la dificultad que tenemos para decir “NO”.  Así, cuando una mujer lo decide, traiciona, de muchas formas, el mandato de la feminidad. El mandato que nos señala que no aceptar el sacrificio en pos del bienestar y la comodidad de otros (de otra, en este caso) implica maldad, perversión, odiosidad y violencia hacia esa otra (esto lo desarrolla Marilyn Frye respecto a lo que denomina parasitismo de los hombres respecto a las mujeres y el "mandato del acceso").

Todo esto, que con los hombres parece (solo parece) estar claro entre feministas, se vuelve considerablemente más complicado cuando es una mujer lesbiana la que pone límites, dice “no”, rechaza y abandona relaciones con otras mujeres.

En gran parte por esa invisibilidad mencionada antes, nosotras nos encontramos ante un terreno nuevo, poco explorado y hostil. 

No acuso a nadie en particular y no quiero entrar en detalles, no los considero necesarios, si expreso que entre las filas del feminismo, en toda su historia, se ha mantenido una desconfianza y una velada (o evidente) misoginia hacia las lesbianas.

Esta desconfianza nos afecta, como ya dije, sobre todo a las lesbianas (no me cabe duda de que algunos de estos elementos que expongo se pueden aplicar a otras relaciones entre mujeres, de amistad, familiares, militancia, etc.).

Siguiendo esta línea, me parece que acusar a una lesbiana puede tener cierta acogida positiva entre las feministas. Demasiadas veces he escuchado el reclamo de que somos “tanto o más” violentas que los hombres. Además, es triste decirlo, en demasiadas oportunidades la única razón por la que las lesbianas somos mencionadas (así, por otras no lesbianas, como "objeto" de sus discusiones) en los espacios feministas es por nuestra supuesta violencia.

Me temo que cuando se acusa a una lesbiana, hay feministas que están dispuestas a olvidarse de que las lesbianas también somos mujeres. Que se apuran a pasar por alto el hecho de que no estamos ante una relación de opresor/oprimida (como sí es el caso de una relación hombre/mujer, y si no lo creemos así, no podemos llamarnos feministas ni radicales).

¿Con esto niego que haya relaciones en que una lesbiana sea abusiva con la otra? No, de ninguna manera. Por algo he hablado de cortar relaciones tóxicas. Porque una parte de la relación lesbiana puede perfectamente volverse abusiva, manipuladora, y etc.

Solo defiendo y sostengo que no existen relaciones de opresión propiamente tales entre mujeres. Y puede haber otras formas de violencia, más no opresión. Porque las mujeres no estamos en posición de opresoras, y las lesbianas somos mujeres. (Ver, por ejemplo: http://autonomiafeminista.cl/jan/)
Más aún, digo que no se pueden aplicar las mismas lógicas de análisis que aplicamos ante las denuncias de violencia que una mujer haga respecto a un hombre. El “Hermana, yo te creo”, como expresión de que lo que una mujer diga nunca será puesto en duda, de que no necesitamos pruebas, esa actitud, fundamental, irrenunciable, no se puede aplicar en estos casos.
Por la más sencilla de las razones: porque, en el caso de las relaciones entre mujeres, ambas partes serían nuestras hermanas.

Llevado el “hermana yo te creo” a la teoría, las feministas lo aplicamos no porque seamos parte de una secta de mujeres que no se cuestionan entre sí y que se creen sobre- humanas, lo aplicamos porque reconocemos la relación de opresión hombre/mujer. Y si hicieran falta estadísticas de violaciones, feminicidios, secuestros, etc., las tenemos a mano. Lo mismo si hicieran falta desarrollos teóricos, reflexiones, testimonios (Dworkin, Millet, Firestone, etc.)

De esta forma, ante la posibilidad de que se hayan cometido abusos y violencias en una relación entre mujeres, la única actitud feminista coherente que podemos tener es pedir pruebas, argumentos, hechos… etc. Indicios de cualquier tipo que nos puedan llevar a emitir un juicio informado, justo. Un juicio, pues, y no una condena digna de caza de brujas-lesbianas. Por usar un formalismo, entre nosotras debería prevalecer la presunción de inocencia. Esto, en pos del cuidado mutuo, del sentido de justicia y de la honestidad que nos debemos unas a otras (Franulic y Gamboa: Reflexiones sobre el rumor, en: https://andreafranulic.cl/misoginia/de-aqui-no-sale-reflexiones-sobre-el-rumor/).

Lamentablemente, en demasiadas ocasiones, la opción de la caza de lesbianas es la más probable.
Las razones por las que podemos hacer esto son muchas, todas relacionadas, muy posiblemente, con el proceso de negación y de tergiversación de nuestras fuerzas a las que somos sometidas por el patriarcado. La afirmación de esencialismos irracionalistas, que nos empujarían a adhesiones impensadas, motivadas por reacciones emocionales, la búsqueda de ser reconocidas como sensibles, buenas, “sororas”, maternales e incondicionales respecto a las víctimas… el ansía de prestigio, de reconocimiento como figura protectora… etc. Y etc. Esto último, especialmente en el caso de las lesbianas que se suman a la persecución contra sus pares, precisamente por esa vocación por ser buenitas y estar siempre disponibles con las hermanas, para quedar como las más correctas de las feministas.

Todas estas conductas, nada nuevas, por lo demás, implican la renuncia a nuestra capacidad de pensar racionalmente, enjuiciar los hechos, discernir, distinguir y decidir razonada y justamente (Rebecca Reilley-Cooper: https://rebeccarc.com/2015/07/04/still-trashing/).

¿Ese es el feminismo qué queremos? ¿Uno que haga gala de irracionalismos, de conjuras, enjuiciamientos arbitrarios y ataques crueles, mediante la manipulación de otras mujeres y del fomento y difusión de rumores? Si ese fuera el camino que seguimos, ¿adónde nos llevará? ¿Qué podríamos construir entre mujeres que no sea presa fácil de la difamación y del capricho? Imaginemos, y no será necesario un gran esfuerzo, lo que podría pasar si una sola de nosotras tuviera la intención de sembrar la discordia mediante la mentira, ¿cómo la detendríamos?
Cuando caemos en ser tierra fértil para acusaciones contra otras mujeres, contra lesbianas, sin mayores miramientos: ¿no estamos, más bien, reproduciendo al pie de la letra lo que el patriarcado ha dicho de nosotras? ¿No estamos, acaso, dando golpes sobre las frágiles paredes de nuestra casa con las herramientas del amo?

Entre mujeres, me parece, la mencionada presunción de inocencia debe ser un principio básico del trato, justamente porque estamos entre iguales.

Si vamos a renunciar a confiar en una compañera y alejarnos de ella, si vamos a introducir pues, la desconfianza, creo, necesitamos al menos dos condiciones: 1. Que los motivos sean sólidos, suficientes y atendibles, se fundamenten en hechos y se expongan argumentado desde la razón, con claridad y afán de entendimiento; 2. Que esa “quitada de piso”, de confianza, se produzca en una confrontación limpia, honesta y frontal, con bases teóricas y políticas, y con un principio y un fin, y no se transforme en una espiral tóxica interminable de nuevas acusaciones y nuevos enjuiciamientos.

Los conflictos que tengamos entre nosotras, si son necesarios, que se desarrollen sin traiciones, mentiras ni intrigas. Porque siempre serán dolorosos, no agreguemos cobardía y veneno al dolor.

(Texto escrito el segundo semestre de 2018).

Doménica F.A.

*En el momento en que escribí esto, el término me parecía apropiado, ahora tengo reservas respecto a su uso. Relación problemática, abusiva, etc., quizás serían más correctas.
**Estos párrafos estaban incluidos en el cuerpo del texto en su versión original. Ahora pienso que su función se cumple mejor como nota: 
Para dar un ejemplo, este es precisamente el tipo de chantaje emocional que, aplicado a mujeres feministas o con intereses genuinos en el feminismo, hoy día resulta exitoso entre las filas del transactivismo. Los trans dicen que no ser reconocidos como mujeres, aún a costa de la verdad, es una forma de violentarlos. ¿Cómo lo prueban? Simple: ellos sufren cuando se les llama trans mujeres, trans a secas o cuando no se les trata por el pronombre “ella”. Enseguida, argumentan, hacerlos sufrir es violentarlos, y su sufrimiento, equivale a estar oprimidos. Ergo, si yo los hago sufrir, me transformo en su opresora. Pero las relaciones de opresión, como sabemos las radicales, tienen más que ver con reales estructuras de poder, que con percepciones y deseos egoístas que no se cumplen, exigencias caprichosas e irracionales…
En fin, darle prioridad a la realidad de nuestra existencia en comunidad, con otros y otras, por sobre el narcisismo de un sujeto, no constituye ninguna forma de opresión.



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