De la fe y las profundidades
Recuerdo que cuando era pequeña
sufría de insomnios y terrores nocturnos continuamente, y quedarme dormida no
solo implicaba un trabajo enorme, sino también, muchas veces, algo a lo que
temía y a lo que me resistía desesperadamente.
He llegado casi a los 40 años sin haber tenido nunca en mi vida seguridad real, y sin haber sentido seguridad más que en ocasiones aisladas, la mayor parte de las veces, me duele decirlo, aferrada a "ismos" de los muchachos. Para eso me sirvió la vida académica por unos 6 o 7 años. Saber, manejar conocimientos consagrados en el altar del patriarcado intelectual. Y aunque esta seguridad estuvo siempre oscurecida aquí y allá por las dudas que me producía ser mujer, ser mujer y repetir lo que los hombres habían dicho y querían escuchar, no puedo negar que también me sentí aliviada. Y ese alivio provenía de no tener que darle cara a aquellos lugares de mí misma que me hacían (hacen) frágil, dependiente, necesitada...
Y regresando a ese recuerdo de
infancia, una infancia llena de inseguridad y miedo, pienso en la extraña estratagema que solía usar para dormirme. Me ponía a la orilla de la
cama en el lado opuesto a la pared (que estaba dispuesta longitudinalmente en un esquema pared-orilla), con
los brazos hacia adelante, aunque tapados con cobijas, y cerraba los ojos
imaginando que me encontraba al borde de un abismo, de un acantilado oscuro y
sordamente ruidoso. Y allí, el temor y el peligro de caerme me tranquilizaban, a esas sensaciones
me entregaba y me quedaba dormida.
La consciencia, sentida aún "medio en juego" de estar totalmente desamparada, me servía como medio de acceso a cierta paz, a cierto descanso…
La consciencia, sentida aún "medio en juego" de estar totalmente desamparada, me servía como medio de acceso a cierta paz, a cierto descanso…
El insomnio me ha perseguido toda la
vida, y muchas veces se manifiesta bajo la forma de una dolorosa lucidez (o lo
que yo percibo como lucidez) que me invade y me pone frenética. El insomnio es un
compañero de vida molesto, pero fiel. Y también lo es la inseguridad, y hoy
creo que existe una conexión profunda entre ambos hábitos, costumbres de vida
que una adquiere a fuerza de no tener fuerza y de seguir, luego, ya madura y más
centrada en sí, sacando fuerza de ellos, de los despojos que le han quedado de todo.
Todo ese tiempo, preferí dejar sola a la niña al borde del abismo. Y me fui de paseo con los tipos.
Pero no se puede una ir de sí misma por muchos años, y llegó un punto en que mis falsas certezas comenzaron a resquebrajarse. Mi propia máscara, empezó a caerse. Y volví a dar de lleno con la niña, la fragilidad y el abismo.
Esta ausencia de seguridad tiene clara relación con la vida precaria que he tenido como
mujer en particular, como Doménica, con su circunstancia, pero también tiene
relación con ser mujer y ser lesbiana y con la ‘circunstancia’ (patriarcado), por decirlo así,
de todas las mujeres, incluidas las lesbianas.
Hoy necesito tener algo más que seguridad. Se trata de tener fe a pesar de carecer de seguridad y de permanecer sin garantías: fe, así con minúscula.
No hablo de fe religiosa, hablo, clamo por la fe que se surge de la certeza de la grandeza de la experiencia de ser una mujer, mortal, que observa y se abre al mundo, al universo entero.
Hoy deseo fe. Y no la idea medio vaga y bastante desesperada de: “sí sí, las cosas van a estar mejor mañana, seguro”, que es un trozo de tabla podrido al que una se aferra para no caer al fondo de la desesperación, mientras la desesperación sigue siendo el océano que a una la envuelve. Y el océano es la realidad…
Y reconozco que esto es francamente
importante, el trozo podrido, para mantenerse viva, si una ha tenido toda la
vida la idea del suicidio dando vueltas en la cabeza. Y sí muchas veces, ha
sido solo la dificultad de la ejecución, el miedo al dolor, y no el amor a la
vida lo que la ha mantenido a una viva.
Pero hoy no me basta con el trozo de
tabla, y aunque me cago de miedo, necesito soltarlo para tener las manos libres
y sostenerme de algo más grande, más bello, más puro y también más alegre.
Hoy lo que necesito es fe, confianza
en el universo, para medirme con el universo con la fe de ser la mujer que soy.
En esta época, estos años de mi
vida, necesito que me crezca la fe desde el estómago, sentirla al dormirme y al
despertar, sentir su calor, su presencia, en lugar de un hueco en la panza,
cada vez que salga a la calle.
Ayer, veía un documental sobre
criaturas de la mar profunda, las que me fascinan, (y entre las cuales se
encuentra ese pez que tiene un curioso señuelo luminoso colgando frente
a la boca, que usa para atrapar a sus presas, como un pescador usaría una caña, ayer aprendí que se llama rape, y que es una hembra [el macho es una enano que se pega al cuerpo de la hembra y se alimenta a través de ella toda su vida]),
y me hice consciente de algo que había sabido, sin saberlo de veras, algo que
había asimilado como mero dato y no como conocimiento, mucho tiempo: para
resistir la presión a profundidades abisales del océano, a más de 200 mts., los
animales tienen cuerpos blandos, no se endurecen, al contrario, sus cuerpos son
gelatinosos y altamente flexibles.
Hay sabiduría de vida en ello, literalmente, es lo que permite mantener la vida de esas criaturas.
Así que, consciente de mi debilidad y de mi lugar en la mitad de la humanidad a la que pertenezco como una hija, he pedido a mujeres iluminadas que
me antecedieron, que me ayuden en esto.
Espero un milagro, el milagro de la fe,
y los milagros se conciben con fe.
Así que he pedido que el milagro
anteceda a su condición de posibilidad.
Pero, a cambio del sacrificio de la
“lógica” de los milagros, he puesto a disposición de mí misma y de esas
mujeres, que para mí, están en relación con el universo, mi compromiso a hacer
dos cosas: orar y esperar.
Orar y esperar.
¿Orar a quién? A las Mujeres y al Universo. Y esperar. De ellas, del Universo, que, desde mis entrañas, pueda surgir la fe.
Espero.
Deseo, necesito, tener fe. Prenderé
velas y encenderé ramitas olorosas si es necesario.
La fe que deseo y necesito posee dos
atributos: Confianza y Gratitud. Gracias por el favor concedido, queridas Santa
Hildegarda y Santa Teresa de Ávila. Gracias de antemano.
Atte.: Doménica.
(Texto comenzado el 6 de octubre y terminado hoy 6 de noviembre).
Hola, Doménica, estoy terminando de leer este texto tuyo y mientras te leía también me iba encontrando en tus palabras... gracias por este texto, me conmovió y me tocó profundo! Si hay posibilidad, será que puedes enviarme un correo para poder escribirte por allá? Te dejo acá el mío monserratruizh@gmail.com
ResponderEliminarUn abrazo, Doménica, un abrazo fuerte!