La orfandad femenina

Con y para Laura.

De quien proviene de ella y, por no saberlo, se tambaleó huérfana por algunas décadas.

 

May Morris (British designer and editor) 1862 - 1938: Embroidery Design,1885. Fuente: Female Artists in History.

 

La orfandad surgida de la rebelión contra el Padre es un tópico central de la Historia masculina, la historia patriarcal. La definición misma de patriarcado, en su acepción más tradicional: gobierno del padre, tiránico, a veces representado como devorador de sus hijos, habla de la centralidad de la relación (problemática) con el padre en el imaginario de los hombres. Este imaginario es igual a La Cultura tal como la conocemos, cultura a la cual por diversos procesos se intenta convencernos de que pertenecemos.

Pero esta cultura es masculina, pertenece a los hombres y éstos la han construido a su imagen, a partir de su diferencia sexual, aunque malinterpretada, tergiversada y deformada. Precisamente, una de las pruebas de esa deformación viene a ser su pretensión de neutralidad y de universalidad. Es decir, la negación de esa diferencia para in-corporar a las mujeres en una creación que pertenece solo y exclusivamente a ellos, sosteniendo que su cultura expresa a la humanidad.

La pretendida integración femenina[1] en el des-orden masculino ha exigido y exige la homologación de las mujeres en el régimen del uno[2], nuestra adhesión a sus valores, miserias, violencias, mentiras, traumas y silencios.

Así, por ejemplo, el mito fundador de la modernidad, el del contrato social, supone que los hijos, formando una fratria masculina, derrocaron el poder tiránico del padre soberano e instauraron la democracia entre iguales, hermanos regidos por un orden al que adhieren libremente y no por un poder de origen foráneo, terrorífico y divino.

La cuestión de la cuidada y sistemática exclusión de las mujeres de esta gesta emancipadora, la retrata espléndidamente Carole Pateman en El contrato sexual. También, toca el punto que me interesa enfatizar, el de la orfandad masculina. En este caso, el asesinato del padre-tirano juega un rol central en la retórica masculina de la libertad como un logro fundado por un acto violento[3].

De la misma forma, a partir de los análisis de Freud y su teoría del complejo de Edipo, el asesinato simbólico del padre y el deseo de ocupar su lugar, son fundamentales para el surgimiento de la personalidad individual masculina, un paso a la adultez, a la hombría.

Como vemos, ser huérfano, haber roto el vínculo con quien se considera creador y predecesor, constituye para los hombres un momento crítico de su historia, a nivel individual y colectivo. Así se construye el deseo de una libertad que se funda en la ruptura de vínculos y el desapego, y no en la relación ni el reconocimiento de la presencia de otras y otros.

De esta forma, en una de esas numerosas maniobras de la colonización cultural masculina sobre nosotras, el asunto de la orfandad, ha llegado a las mujeres enmascarado como un problema propio, ya sea poniéndonos en el lugar del hijo que se revela/entra en conflicto con el padre, o bajo la forma de una distancia y rebeldía respecto de la madre, esa figura que el patriarcado se obsesiona por mantener secundaria, oculta tras la fantasía de las proezas del padre.

 

En principio, la identificación de las mujeres con los hombres nos expone a las mismas lógicas de su civilización: nos hace pensar al padre como origen y creador, dador de vida y cultura (al menos de la segunda[4]), y nos inserta también en la encrucijada de la rebelión, el patricidio[5] y la orfandad elegida. Se producen entonces, como causa y efecto, tanto un gesto de reconocimiento del poder paterno, como posteriormente, el rechazo del mismo.

Una provocación que funciona también como adhesión, tal como dijeron las mujeres de Revuelta Femenina en su Segundo manifiesto. y, ¿no son acaso estas las precisas y violentas herramientas del amo de las que nos advirtió Audre Lorde?[6].

Como  yo lo veo, esto permitiría comprender el éxito de los movimientos feministas cifrados bajo el discurso de la lucha y de la resistencia frente al patriarcado, su gran capacidad de convocatoria y la facilidad con que millones de mujeres parecen adscribir a lemas como “vamos a tumbar al patriarcado”, “se va a caer” y otros por el estilo, que manifiestan una pasión que considero genuina y comprensible, pero que se funda en lo que me parece un error muy profundo que ha tenido como consecuencia que grandes cantidades de energía femenina hayan sido consumidas por las lógicas belicistas de la política masculina, dejando tras de sí un regadero de mujeres agotadas, decepcionadas y rendidas. Precisamente, esta supuesta guerra, con objetivos bélicos puestos fuera de sí mismas, la idea de derrumbar portentosas estructuras de poder concretas, mediante huelgas, leyes, disputas y representatividad en puestos de poder, esconde la cara más profunda y decisiva de aquello que aún llamamos patriarcado, el orden de lo simbólico, allí donde se juega el sentido (o sinsentido) de la propia existencia.

Y es que a pesar del gesto de rebeldía superflua que esto puede constituir, el hecho de que se niegue/invisibilice el vínculo con la madre como origen, se le reste importancia o se le satanice, sigue siendo un menos para cualquier mujer, y un más para la civilización masculina, porque nos deja ciegas ante nuestra propia existencia, indiferentes o aterrorizadas ante la diferencia sexual.

En mi caso, es la madre la que me interesa, porque es ella la mujer a la cual puedo vincularme en primer lugar y a quien recurriré de todas maneras, por necesidad o deseo, en la mayoría de los casos por ambos, si mi libertad aparece como un elemento importante en mi vida.

Sin embargo, ¿cómo aparece la madre en la mayoría del feminismo que se conoce y practica?

Creo que al hacerla surgir, la mayor parte de las veces esto sucede bajo las lógicas masculinas y con las mujeres identificándonos con la cultura de los hombres, patriarcal, patricida, huérfana y fraternal.

He llegado a pensar que, como consecuencia, la madre como ella misma, encarnada en la mujer de la que venimos, casi no aparece, y en su lugar surge tenebrosamente el concepto de “maternidad”, que implica la abstracción y categorización del hecho concreto de ser hija/s. Tampoco se trata de cualquier maternidad, sino de una que se establece como el anverso complementario de la paternidad, una maternidad intervenida y servil: la maternidad obligada, la maternidad definida y expresada como imposición, opresión; como ganancia patriarcal y pérdida de libertad para la mujer que es madre. La mujer que parió a su hija no está más, no es madre, por decirlo así, sino víctima de la maternidad. Una víctima más, entre muchas, otra de tantas, esclavizadas desde la fundación de la humanidad, desde que la primera mujer parió al primer niño… La economía de la miseria femenina encuentra aquí una de sus principales fuentes: una mujer tomada por uno o varios hombres y convertida en madre por el poder masculino. La pasividad despojada de fuerza y de creatividad, la negatividad representada en esta figura, no puede sino recordarme las ideas de Aristóteles respecto a que lo masculino (y el semen) contenía en sí mismo al nuevo ser humano completo y que el rol de la mujer (el útero) en esto no era más que el de otorgar un terreno en que la semilla germine...

Se ha escrito bastante, aunque no sé si se ha leído lo mismo, y con mucha agudeza y verdad sobre el peso que ha ejercido el borrado del origen materno, su desprecio y negación, en el surgimiento del poder de los padres. Así, por ejemplo, Diana Sartori:

"Es la larga retahíla de las versiones de un nacer a la libertad entendido como liberación de un vínculo de dependencia. Rotura de las cadenas que atan, de los vínculos que esclavizan y aprisionan la acción o el pensamiento. Libertad como liberación del vínculo del nacimiento, segundo nacimiento que niega y hace del primero una metáfora -se ha dicho-, negando en primer lugar la autoridad materna y abriendo el orden de la autoridad paterna. Una narración que, en la modernidad, parece asumir la forma de corte con el cordón umbilical de la autoridad misma, estigmatizando todo pecado de heteronomía, pero manteniéndose plenamente congruente con la consolidación del orden simbólico del padre."[7]

 

La madre concreta está innegablemente presente como la autora de nuestras vidas, aunque sea solo porque respiramos. Y ni su útero que nos albergó, ni su vagina que nos trajo al mundo o su seno que nos alimentó pueden ser borrados, no para nosotras. Parece más fácil odiarla, despreciarla y verla con distancia, si se la analiza bajo el implacable, distorsionador, lente del punto de vista del hombre siempre ansioso por abstraer y categorizar antes que entender.

Entonces, diría, me parece que si mucho se ha hablado (aunque no lo suficiente y no desde el punto de vista acertado, para nosotras, es decir, el femenino) de la maternidad, poco o nada se ha hecho respecto a la madre, excepto, claro, en el feminismo de la diferencia y en algunos brillantes, aunque breves pasajes del feminismo radical de origen gringo.

La madre es una mujer, quizás, si reemplazamos maternidad por madre, no será tan fácil disimular la feroz misoginia que se esconde tras su desprecio y su reducción a mero instrumento masculino, y productor/reproductor de soldados y obreros.

En el análisis de la maternidad como condición, como categoría, sometida a la abstracción, tengo la impresión, ha sido más fácil olvidar el carácter personal, íntimo, relacional de nuestra condición de hijas: pero cortar y lanzar lejos el cordón umbilical no nos ha dado libertad[8].

La maternidad puede ser una experiencia compartida por las mujeres, o puede no serlo, pues no todas la hemos vivido. Sin embargo, todas (y todos) somos hijas de nuestras madres, y si bien la relación con la madre de cada una puede, y generalmente está, enturbiada por desencuentros, malentendidos y conflictos, ninguna de estas circunstancias logra borrar el hecho de que le debemos nuestra vida en un sentido tan simple, evidente, como profundo y trascendente.

De esta manera, las páginas más conmovedoras y brillantes que he leído sobre maternidad y madres en el feminismo radical, han sido las escritas por las mujeres desde su condición de madres e hijas, como en los casos de Andrea Dworkin[9] y Adrienne Rich[10]. Y se trata de textos llenos de emoción, preguntas y apertura, y no celebraciones huecas y precipitadas de una relación que, sin duda, es siempre tan importante como compleja.

En el caso del feminismo de la diferencia, que ha abordado este tema con mucha mayor profundidad y mirando a la maternidad y a la madre más allá del lente distorsionador patriarcal, ha sido Luisa Muraro quien ha despertado en muchas de nosotras la chispa más viva, iluminando zonas de nuestra propia relación con la madre, que, estando siempre presente, se mostraban difíciles de apreciar y, sobre todo, de nombrar.

Me resulta imposible resumir o siquiera destacar las ideas que más me impactaron de su libro El orden simbólico de la madre, que debo volver a leer por necesidad y por placer, sin ser simplificadora, emotiva o entusiasta, pero me gustaría expresar que le debo muchísimo y que nunca después de este encuentro he vuelto a ver de la misma manera a mi propia madre, ni a mi posición como hija, a la maternidad como potencial y experiencia femenina. Y muchas de las preguntas a las que desesperadamente busqué  respuestas en los sistemas de pensamiento de los hombres, fueron decantadas allí y transformadas en inquietudes propias, al tiempo que se aclaró un camino (por el que no dejo de transitar) en el cual ir encontrando las palabras que den forma a mis intuiciones genuinas.

Volviendo a los avatares a los que nos expone esta falsa identificación, es decir, compartir como mujeres la masculina idea de una orfandad liberadora, fundadora de sí misma y del yo, considero que los elementos del pensamiento moderno, ilustrado, occidental, que se han colado eficazmente en gran parte del feminismo (en su mayoría, tengo la impresión, como ya señalé, en aquél mediático y con pretensiones de masividad), han conseguido que el rechazo a la maternidad, acompañado del rechazo, más silencioso tal vez, a la madre, sean posiciones tomadas como signos de libertad y de autonomía femenina.

Así, he leído tanto en grandes teóricas del feminismo de la igualdad o del materialista, como en comentarios de Facebook, discusiones políticas en espacios feministas, o conversaciones casuales, adhesiones a dicha orfandad, señalando a las madres como tontas, débiles, anticuadas, autoritarias, traidoras, etc. Asimismo, entusiastas declaraciones respecto a la necesidad y la alegría liberadora que les produciría “parirse a sí mismas”, “volver a nacer”, tener a las amigas como “parteras”, “un segundo nacimiento”, etc. Este tópico en particular, el de parirse a sí mismo, Luisa Muraro lo señala como un pilar del pensamiento filosófico masculino, como parte central del trabajo de borrado del origen, siempre materno, para situarse a sí mismos y a lo masculino en ese lugar: los hombres se auto-procrean ante la imposibilidad que tienen de aceptar y reconocer que provienen de una mujer, su madre[11].

 

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"(...) para el ser humano, el origen es siempre dual y dispar; dicho con más precisión, que existe el período de la gestación, en el cual la madre tiene dentro de sí a la criatura, de modo que, en el origen, el dos precede al uno."[12]

 

Cuando hablo de un origen femenino y materno de la humanidad, me estoy refiriendo a la profunda complejidad y fecundidad de figuras provenientes del feminismo de la diferencia, como orden simbólico materno y autoridad materna. Orden y autoridad son, en el relato masculino del mundo, palabras con un significado negativo, unidas inseparablemente a un horizonte necrofílico de violencia, muerte y poder, diametralmente opuestas y hostiles a la libertad y la autonomía.

El orden y la autoridad de los que hablo, son femenino y femenina respectivamente, y las nombro así usando palabras que, habiendo descubierto gracias a otras, he transformado en propias para expresarme a mí misma[13]. Ambas palabras provienen de la madre, y no apuntan hacia el control y la dominación, sino a nombrar el mundo. Dar orden pues, simbólico, que salve la distancia entre yo y el mundo, las cosas, la realidad… Y autoridad tal como su significado original, materno, señala, es hacer crecer, augere[14]. Como autora de nuestras vidas y dado que es de quien dependemos totalmente en los primeros días, meses y años de vida, la madre nos hace crecer con el alimento de su seno y de su boca, y, paulatinamente, para que podamos adquirir la autonomía, debe darnos autorización para explorar y seguir nuestro propio camino.

El reconocimiento de ese vínculo originario con nuestras madres, nos hace conscientes también de la situación dependencia de las que provenimos, y nos revela la necesidad de confiar, pues confiadas necesitamos estar en su seno, en sus brazos, de su mano en el momento en que no teníamos autonomía:

“Porque no sería la independencia lo que nos daría libertad de pensamiento y de palabra en el mundo, sino la dependencia con la madre, mediadora con la capacidad de hablar”.[15]

 

Confiar en otra mujer, hasta el punto de reconocer su autoridad sin miedo[16], me parece que es otra dificultad femenina que cierto feminismo no ha hecho más que empeorar.

Creo que no serán pocas las que podrán recordarse en una situación en la cual, inmersas en colectivos feministas, se vieron empujadas a afirmar artificialmente una situación de homogeneidad y horizontalidad. A mí me gusta llamarlo “horizontalismo”, intentando dar cuenta de su carácter de exigencia ideológica para encajar en el grupo, situación en la cual se presenta una demanda, a veces expresada, pero la mayor parte de las veces implícita, por no sentir respeto ni aprecio por las ideas ni las acciones de ninguna mujer en particular, o, en el caso de que surja, silenciarlo, no reconocerla con nombre y de tú a tú, porque eso se interpreta como una forma de jerarquía y dominio... Sería lo que “hacen los hombres”, “patriarcado” … Pero si la prohibición sobre el reconocimiento hacia otra mujer es poderosa, más fuerte aún resulta el mandato por la autocensura, la prohibición de sentirse a sí misma capaz de tomar la palabra o actuar con autoridad, contradecir, diferir de la masa, ser original.

A esto también se le suele llamar sororidad, la defensa de la idea de que dado que todas somos iguales, ninguna puede destacar y ser reconocida, porque eso violenta a las demás. Y creo que no es casual, pues aunque se trata de ejercer sobre este notable concepto feminista cierta violencia distorsionadora, la figura de un colectivo de hermanas, todas iguales, intercambiables, me evoca la ausencia de la madre[17].

La desconfianza entre mujeres, la envidia, el temor a reconocer autoridad en otra, por miedo a ser dominada y perder la propia voz, o tener voz propia y dominar a otras, han sido y son problemas muy frecuentes en la historia de las relaciones entre mujeres en general, y del feminismo con mayor razón[18], y están estrechamente ligadas al borrado de la relación originaria con la madre, pues esta modela profundamente la relación de cada mujer con el mundo y con las otras, y al ser una relación necesariamente dispar, que deposita en la madre una autoridad que permite crecer y dota para la libertad en el reconocimiento de autoridad, la confianza es su única condición de posibilidad.

 

Pero dado que el patriarcado de los hombres, a pesar de ser decadente no pierde su astucia, hay que reconocer su profunda y desastrosa intervención del vínculo materno-filial, particularmente en el caso de las mujeres, que ha provocado un gran daño. Lo ha hecho, justamente, porque en un vínculo robusto y libre con la madre, las mujeres buscarían con más claridad y fuerza, su propia libertad en plena consciencia de su diferencia sexual.

Así, la identificación con los hombres, con la ley del padre, es lo que muchas madres expresan y transmiten a sus hijas, provocando que el lazo fundante de la humanidad esté oscurecido y contaminado.

Sin embargo, no me detendré a elaborar el listado de las miserias que los hombres han arrojado sobre nuestras madres, ni a satanizar la maternidad. Me basta con decir que existe una dificultad, tenaz, dolorosa e insoslayable. Mi intención no es juzgar ni condenar a mi madre con estas líneas, ni a las madres, dado que pienso que el femin-ismo (como militancia) lo ha hecho intensa y duramente, abstracción y tergiversación mediante.

La misma condición de inevitabilidad de esa dificultad, aunque pueda estar falseada por la mirada patriarcal y enmascarada bajo una exigencia de orfandad, me parece que pone de relieve la centralidad de la madre real y concreta de cada una. No conozco a ninguna mujer en busca de su libertad, que no exprese dolor o gozo, o ambos, provenientes de la relación con su madre y en el centro de su propia existencia. Y esto porque, entorpecida o no por la presencia patriarcal, la madre, mi madre, es mi autora y suscribo plenamente a su autoridad.

Este reconocimiento no coloca a mi madre como mi autora, porque lo será tanto si la reconozco como si me niego a hacerlo, pero reconocerla hace que pueda abrirme a la relación con otras, aprender a mirar a las otras mujeres y verme a mí misma libre(s) del foco distorsionado de la misoginia, asumir mi diferencia sexual implica necesariamente quitarme el velo de la igualdad y situarme en el mundo como la mujer que soy, libre por ello y no a pesar de serlo:

“El cuerpo es un don inseparablemente unido al don de la lengua (...)
El don es relación, y no una relación cualquiera sino una relación vinculante. El don vincula, en realidad, para siempre, hasta lo infinito, como sabemos, por ejemplo, cuando nos resistimos a volver a regalar un regalo: nos resistimos porque sentimos el vínculo de la gratitud, y que este vínculo aspira a no acabarse nunca. La lengua materna vincula porque ella es relación, es sintaxis, infinitamente combinable, y porque se aprende en relación con la madre. El cuerpo reclama relación porque está acostumbrado a ella, ya que fue concebido, gestado y, por lo general, dado a luz en relación.”[19]

Lo in-evitable y lo necesario para nuestra propia existencia femenina, es la madre.

Con todo lo anterior, pienso, que la idea de una orfandad femenina es parte del proceso de asimilación de las mujeres en la cultura masculina. Hoy no estoy en condiciones de creer ciegamente en la existencia de una cultura humana universal, y en ningún caso, en una sexualmente neutra.

Si existiera algo universal en la humanidad, provendría sin duda de las mujeres, para ser más precisa, de las madres. Esto porque si hay algo que tanto mujeres como hombres compartimos, es el origen materno, con su dimensión biológica y material, y la simbólica, que acostumbramos denominar lenguaje, y que no es otra cosa que la bella capacidad de nombrar al mundo que la madre nos transmite por medio de la lengua materna[20].

¿La repetición rencorosa (e inútil) de un matricidio simbólico es lo que necesitamos para fundar nuestra libertad? No lo creo, no lo siento ni lo he experimentado de esta forma, sino más bien lo contrario, reconocer a mi madre como mi fundadora me ha permitido respirar y abrirme a la complejidad propia y la de las otras.

Muy lejos estoy de idealizar a mi madre, ella me parió, me dejó y sufrió conmigo y por mí, y yo con ella y por su causa, a mi madre la tuve y la llevo cada día de mi vida, llena como estoy de talentos y traumas… Dudo mucho de poder idealizar la maternidad, como hija, como nacida de mujer y mujer, por lo tanto, con el potencial de ser dos. La supuesta idealización de la que suelen acusar a quienes ponemos a nuestras madres en su lugar, no es más que la otra cara de la satanización, una mirada que des-humaniza y reifica a la mujer que nos parió. Yo digo: si la hubiese idealizado nunca hubiese podido comprenderla, entender sus errores, dejar de acusarla.

No es la idealización lo que me lleva a escribir esto sino la encarnación de la experiencia, en este cuerpo de mujer que mi madre trajo al mundo. Sé su pequeñez y su error, pero también su excelencia y grandeza, como me sé a mí misma, y no podría estar como estoy en este mundo, siendo la mujer que soy, si no aceptara su autoría y su autoridad.

Como sea, las mujeres hablamos de nuestras madres, hablamos de la maternidad. Necesitamos seguir haciéndolo, como mujeres, fuera de la mirada masculina, sin miedo a admitir nuestro origen dual, sin miedo a mirar a la cara, literal o figurada, a nuestra autora, porque en ella parte nuestra genealogía[21].

 


NOTAS:

[1] Derechos y dignidad A PESAR de nuestro sexo… Además, la idea de concesión, resulta sin duda un insulto.

[2] Los conceptos de desorden masculino (que escribo con un guión intentando poner énfasis en su contraste e intento de imitar al orden) y régimen del uno son propios de los desarrollos teóricos del feminismo de la diferencia. Ver: Andrea Franulic: Aire fresco y antiguo, 2018. Citaré a varias de sus referentas en este texto. Otra interesante y rica aproximación a este pensamiento me parece el texto de Jessica Gamboa Valdés: Una breve introducción al pensamiento de la diferencia sexual, 2017.

[3] Pateman hace un iluminador análisis del surgimiento del mito moderno de la democracia bajo la premisa del contrato social, ella demuestra que este contrato, válido solo para los varones, lleva implícito el derecho al acceso sexual de éstos a las mujeres tanto a través del matrimonio como de la prostitución, ambas, instituciones necesarias para que los hombres accedan al espacio público y al poder, precisamente a expensas de la humanidad de las mujeres, a quienes consideran accesorias a sus intereses, incluida su sexualidad depredadora y su obsesión por engendrar hijOs que lleven su carga genética. Ver: El contrato sexual, 1988.

[4] Considerando que para el pensamiento patriarcal la cultura y la naturaleza se oponen, y la primera tiene una superioridad y primacía absoluta sobre la segunda: hace humanOs sustrayéndolos de la animalidad.

[5] María Milagros Rivera cita a Luisa Muraro y Luce Irigaray para señalar que lo que hay en la base del patriarcado se parece más bien a un matricidio, el ocultamiento por parte de los varones de la madre como origen verdadero y real.

[6] Segundo Manifiesto de Rivolta Femminile: "Yo digo yo", Roma, marzo de 1977. Audre Lorde, en: La hermana la extranjera, 1984.

[7] Diana Sartori: “Libertad «con». La orientación de las relaciones”, Duoda, 2004, no. 26, pp. 108-109.

[8] Sobre esta condición patriarcal, Diana Sartori escribe: "El vínculo primario no será, pues, con las relaciones, y todavía menos con relaciones concretas y cercanas, sino más bien con algo preferiblemente lejano y abstracto que les haga de medida. Las relaciones son, pues, siempre «medidas» y nunca «medida»; en cierto sentido, son siempre instrumentales, se instauran en vista de, funcionales, relativas a otra cosa, secundarias. Por ser demasiado primitivas, se ponen en segundo lugar. Quien responde a las relaciones como primera medida, corre seriamente el riesgo de ser considerada (y uso intencionadamente el femenino) primitiva, detenida en una fase arcaica e infantil del desarrollo, casi presimbólica, inmadura, menor. Sin libertad. En un hombre, semejante actitud corre el riesgo de suscitar la sospecha de falta de virilidad o de sospechosa sujeción a la madre. Es decir, mantener la primacía de las relaciones y reconocerles autoridad significa no ser sujeto plenamente autónomo. No tener a título pleno la libertad subjetiva en la facultad de pensar, de juzgar, de querer, de decidir, de actuar". Op. Cit., p. 109.

[9]Feminismo, Arte y mi madre Sylvia”, en Nuestra sangre, 1974 (Traducción de página Maldita Radfem).

[10] Adrienne Rich: Nacemos de mujer, 1976.

[11] Luisa Muraro: El orden simbólico de la madre, 1991.

[12] Lucia Tavernini: “El juego libre de la subjetividad femenina en la invención de prácticas de enseñanza de la historia”, Duoda, 2004, no. 26, p. 121. Yo también soy profesora de historia y recuerdo cómo la autora me conmovió al hablar de la orfandad que sintió al intentar enseñar esta disciplina.

[13] Ya nombré a Andrea Franulic, también a Luisa Muraro, y aparecerá María Milagros Rivera Garretas y otras que ahora no se me vienen a la mente, pero siempre rondan.

[14] “La palabra autoridad que viene del latín auctoritas, se derivó de auctor, cuya raíz es augere, que significa aumentar, promover, hacer progresar. Desde el punto de vista etimológico, autoridad es una cualidad creadora de ser, así como de progreso.” http://etimologias.dechile.net/ Este significado, al igual que la resonancia bella y poderosa de la palabra, así como muchas otras verdades, la conocí por Andrea Franulic, mujer a quién aprecio profundamente y reconozco autoridad.

[15] María Milagros Rivera Garretas: “Nombrar el mundo en femenino”, Duoda, 2004, no. 26, p. 207.

[16] Affidamento, confiarse, fiarse de la otra mujer, es otra figura clave de las feministas italianas de la diferencia.

[17] Es interesante tener en cuenta que la sororidad nace como contraposición a la idea de fraternidad, moderna y liberal, masculina y excluyente.

[18] Respecto a esto se ha escrito bastante y no lo suficiente. Y quizás, sobre todo, no desde una mirada suficientemente consciente del origen de estos problemas. Sin embargo, sí existen reflexiones poderosas y lúcidas, las que, aun viniendo de contextos y momentos diferentes, provienen de experiencias de hostilidad oscurecidas por la inexpresión y la desconfianza por parte de otras mujeres, que motivan a las autoras a escribir con la voluntad de entender, el valor de nombrar y la honestidad. Entre los textos que mayor huella me han dejado y en los cuales reconozco un gran aporte: Denise Thompson: “Una discusión sobre el problema de la hostilidad horizontal”, 1993 (traducción de Anna Prats); Jo Freeman: “Trashing: el lado oscuro de la sororidad”, 1976 (traducción de Anna Prats); Tiria: “La hoguera sorora”, 2017; Jessica Gamboa y Andrea Franulic: “De aquí no sale: reflexiones sobre el rumor”, 2014. A todo esto, podría sumar mi propia experiencia en situaciones similares y mis reflexiones, pero me parece que necesito madurarlas más.

[19] María Milagros Rivera Garretas: "Vivir el cuerpo como un don", Duoda, 2009, no. 37, p. 41.

[20] Andrea Franulic me dio las palabras más precisas para señalar las dos formas en que las madres fundan lo humano: biológica y semiológica. Como se debe leer en todo este texto, no son las únicas palabras que me ha dado, y en ella reconozco autoridad y mediación. Gracias por tanto, querida Andrea.

[21] La que, por supuesto, puede ir más atrás y continuar, pero tiene a la madre como punto de partida. No se trata de una línea recta apuntando hacia adelante, imitación de la ideología masculina del progreso, del motor de la Historia, sino más bien de una red o una telaraña, con múltiples anclajes y un entramado rico y complejo… María Milagros Rivera Garretas también ha hablado del hilo de oro de la experiencia femenina de la libertad.


Comentarios

  1. Muchas Gracias Dome por este texto. De lujo! muy gratificante leerte! Acabo de descubrir tu blog y he quedado fascinada con tus letras...con paciencia, continuaré leyendote y aprendiendo junto a tí.

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    1. Gracias por tus palabras, es un placer que mis palabras te generen repercusión. Saludos.

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    2. Como principiante (teórica) en el feminismo, el verdadero, me place y me genera muchas reflexiones tu texto. He revivido en mi mente y me he colocado de nuevo en el escenario de la discusión con mi madre(de todo tipo) y he identificado las formas de este borrado de la mujer como gestora y "autora" de vida. Muchas gracias, volveré de nuevo a tu(s) texto(s).

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    3. Muchas gracias a ti, es muy bello siempre saber que las palabras de una llegan y se regresan resignificadas.

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