La orfandad femenina
Con y para Laura.
De quien proviene de ella y, por no
saberlo, se tambaleó huérfana por algunas décadas.
May Morris (British designer and editor) 1862 - 1938: Embroidery Design,1885. Fuente: Female Artists in History.
La orfandad surgida de la
rebelión contra el Padre es un tópico central de la Historia masculina, la
historia patriarcal. La definición misma de patriarcado, en su acepción
más tradicional: gobierno del padre, tiránico, a veces representado como devorador
de sus hijos, habla de la centralidad de la relación (problemática) con el padre
en el imaginario de los hombres. Este imaginario es igual a La Cultura
tal como la conocemos, cultura a la cual por diversos procesos se intenta
convencernos de que pertenecemos.
Pero esta cultura es
masculina, pertenece a los hombres y éstos la han construido a su imagen, a
partir de su diferencia sexual, aunque malinterpretada, tergiversada y
deformada. Precisamente, una de las pruebas de esa deformación viene a ser su
pretensión de neutralidad y de universalidad. Es decir, la negación de esa
diferencia para in-corporar a las mujeres en una creación que pertenece solo y
exclusivamente a ellos, sosteniendo que su cultura expresa a la humanidad.
La pretendida integración
femenina[1] en el des-orden
masculino ha exigido y exige la homologación de las mujeres en el régimen
del uno[2],
nuestra adhesión a sus valores, miserias, violencias, mentiras, traumas y
silencios.
Así, por ejemplo, el mito
fundador de la modernidad, el del contrato social, supone que los hijos,
formando una fratria masculina, derrocaron el poder tiránico del padre soberano
e instauraron la democracia entre iguales, hermanos regidos por un orden al que
adhieren libremente y no por un poder de origen foráneo, terrorífico y divino.
La cuestión de la cuidada
y sistemática exclusión de las mujeres de esta gesta emancipadora, la
retrata espléndidamente Carole Pateman en El contrato sexual. También,
toca el punto que me interesa enfatizar, el de la orfandad masculina. En este
caso, el asesinato del padre-tirano juega un rol central en la retórica
masculina de la libertad como un logro fundado por un acto violento[3].
De la misma forma, a
partir de los análisis de Freud y su teoría del complejo de Edipo, el
asesinato simbólico del padre y el deseo de ocupar su lugar, son fundamentales para el surgimiento de la personalidad individual masculina, un paso a la
adultez, a la hombría.
Como vemos, ser huérfano,
haber roto el vínculo con quien se considera creador y predecesor, constituye
para los hombres un momento crítico de su historia, a nivel individual y
colectivo. Así se construye el deseo de una libertad que se funda en la ruptura de vínculos y el desapego, y no en la relación ni el reconocimiento de la presencia de otras y otros.
De esta forma, en una de esas
numerosas maniobras de la colonización cultural masculina sobre nosotras, el asunto
de la orfandad, ha llegado a las mujeres enmascarado como un problema propio,
ya sea poniéndonos en el lugar del hijo que se revela/entra en conflicto con el
padre, o bajo la forma de una distancia y rebeldía respecto de la madre, esa
figura que el patriarcado se obsesiona por mantener secundaria, oculta tras la
fantasía de las proezas del padre.
En principio, la
identificación de las mujeres con los hombres nos expone a las mismas lógicas
de su civilización: nos hace pensar al padre como origen y creador, dador de
vida y cultura (al menos de la segunda[4]), y nos inserta también en
la encrucijada de la rebelión, el patricidio[5]
y la orfandad elegida. Se producen entonces, como causa y efecto, tanto un gesto
de reconocimiento del poder paterno, como posteriormente, el rechazo del mismo.
Una provocación que funciona también como adhesión, tal como dijeron las mujeres de Revuelta Femenina en su Segundo manifiesto. y, ¿no son acaso estas las precisas y violentas herramientas del amo de las que nos advirtió Audre Lorde?[6].
Como yo lo veo, esto permitiría comprender el
éxito de los movimientos feministas cifrados bajo el discurso de la lucha y de
la resistencia frente al patriarcado, su gran capacidad de convocatoria
y la facilidad con que millones de mujeres parecen adscribir a lemas como
“vamos a tumbar al patriarcado”, “se va a caer” y otros por el estilo, que
manifiestan una pasión que considero genuina y comprensible, pero que se funda en lo que me parece un error muy profundo que ha tenido como consecuencia que
grandes cantidades de energía femenina hayan sido consumidas por las lógicas
belicistas de la política masculina, dejando tras de sí un regadero de mujeres
agotadas, decepcionadas y rendidas. Precisamente, esta supuesta guerra, con
objetivos bélicos puestos fuera de sí mismas, la idea de derrumbar portentosas
estructuras de poder concretas, mediante huelgas, leyes, disputas y representatividad en
puestos de poder, esconde la cara más profunda y decisiva de aquello que aún
llamamos patriarcado, el orden de lo simbólico, allí donde se juega el sentido
(o sinsentido) de la propia existencia.
Y es que a pesar del
gesto de rebeldía superflua que esto puede constituir, el hecho de que se
niegue/invisibilice el vínculo con la madre como origen, se le reste importancia
o se le satanice, sigue siendo un menos para cualquier mujer, y un más para la
civilización masculina, porque nos deja ciegas ante nuestra propia existencia, indiferentes o aterrorizadas ante la diferencia sexual.
En mi caso, es la madre la que me
interesa, porque es ella la mujer a la cual puedo vincularme en primer lugar y
a quien recurriré de todas maneras, por necesidad o deseo, en la mayoría de
los casos por ambos, si mi libertad aparece como un elemento importante en mi
vida.
Sin embargo, ¿cómo
aparece la madre en la mayoría del feminismo que se conoce y practica?
Creo que al hacerla
surgir, la mayor parte de las veces esto sucede bajo las lógicas masculinas y
con las mujeres identificándonos con la cultura de los hombres, patriarcal,
patricida, huérfana y fraternal.
He llegado a pensar que,
como consecuencia, la madre como ella misma, encarnada en la mujer de la que
venimos, casi no aparece, y en su lugar surge tenebrosamente el concepto de
“maternidad”, que implica la abstracción y categorización del hecho concreto
de ser hija/s. Tampoco se trata de cualquier maternidad, sino de una que se
establece como el anverso complementario de la paternidad, una maternidad intervenida y servil: la maternidad obligada, la maternidad
definida y expresada como imposición, opresión; como ganancia patriarcal y
pérdida de libertad para la mujer que es madre. La mujer que parió a su hija no
está más, no es madre, por decirlo así, sino víctima de la maternidad.
Una víctima más, entre muchas, otra de tantas, esclavizadas desde la fundación
de la humanidad, desde que la primera mujer parió al primer niño… La economía
de la miseria femenina encuentra aquí una de sus principales fuentes: una mujer tomada por uno o varios hombres y convertida en madre por el poder masculino. La pasividad despojada de fuerza y de creatividad, la negatividad representada en esta figura, no puede sino recordarme las ideas de Aristóteles respecto a que lo masculino (y el semen) contenía en sí mismo al nuevo ser humano completo y que el rol de la mujer (el útero) en esto no era más que el de otorgar un terreno en que la semilla germine...
Se ha escrito bastante,
aunque no sé si se ha leído lo mismo, y con mucha agudeza y verdad sobre el
peso que ha ejercido el borrado del origen materno, su desprecio y negación, en
el surgimiento del poder de los padres. Así, por ejemplo, Diana Sartori:
"Es
la larga retahíla de las versiones de un nacer a la libertad entendido como
liberación de un vínculo de dependencia. Rotura de las cadenas que atan, de los
vínculos que esclavizan y aprisionan la acción o el pensamiento. Libertad como
liberación del vínculo del nacimiento, segundo nacimiento que niega y hace del
primero una metáfora -se ha dicho-, negando en primer lugar la autoridad
materna y abriendo el orden de la autoridad paterna. Una narración que, en la
modernidad, parece asumir la forma de corte con el cordón umbilical de la
autoridad misma, estigmatizando todo pecado de heteronomía, pero manteniéndose
plenamente congruente con la consolidación del orden simbólico del padre."[7]
La madre concreta está
innegablemente presente como la autora de nuestras vidas, aunque sea solo
porque respiramos. Y ni su útero que nos albergó, ni su vagina que nos trajo al
mundo o su seno que nos alimentó pueden ser borrados, no para nosotras. Parece
más fácil odiarla, despreciarla y verla con distancia, si se la analiza bajo el
implacable, distorsionador, lente del punto de vista del hombre siempre ansioso
por abstraer y categorizar antes que entender.
Entonces, diría, me
parece que si mucho se ha hablado (aunque no lo suficiente y no desde el punto
de vista acertado, para nosotras, es decir, el femenino) de la maternidad, poco
o nada se ha hecho respecto a la madre, excepto, claro, en el feminismo de la
diferencia y en algunos brillantes, aunque breves pasajes del feminismo radical
de origen gringo.
La madre es una mujer, quizás,
si reemplazamos maternidad por madre, no será tan fácil disimular
la feroz misoginia que se esconde tras su desprecio y su reducción a mero
instrumento masculino, y productor/reproductor de soldados y obreros.
En el análisis de la
maternidad como condición, como categoría, sometida a la abstracción, tengo la
impresión, ha sido más fácil olvidar el carácter personal, íntimo, relacional
de nuestra condición de hijas: pero cortar y lanzar lejos el cordón umbilical
no nos ha dado libertad[8].
La maternidad puede ser
una experiencia compartida por las mujeres, o puede no serlo, pues no todas la
hemos vivido. Sin embargo, todas (y todos) somos hijas de nuestras madres, y si
bien la relación con la madre de cada una puede, y generalmente está,
enturbiada por desencuentros, malentendidos y conflictos, ninguna de estas
circunstancias logra borrar el hecho de que le debemos nuestra vida en un
sentido tan simple, evidente, como profundo y trascendente.
De esta manera, las
páginas más conmovedoras y brillantes que he leído sobre maternidad y madres en
el feminismo radical, han sido las escritas por las mujeres desde su condición
de madres e hijas, como en los casos de Andrea Dworkin[9] y Adrienne Rich[10]. Y se trata de textos
llenos de emoción, preguntas y apertura, y no celebraciones huecas y
precipitadas de una relación que, sin duda, es siempre tan importante como
compleja.
En el caso del feminismo
de la diferencia, que ha abordado este tema con mucha mayor profundidad y
mirando a la maternidad y a la madre más allá del lente distorsionador patriarcal,
ha sido Luisa Muraro quien ha despertado en muchas de nosotras la chispa más
viva, iluminando zonas de nuestra propia relación con la madre, que, estando
siempre presente, se mostraban difíciles de apreciar y, sobre todo, de nombrar.
Me resulta imposible
resumir o siquiera destacar las ideas que más me impactaron de su libro El
orden simbólico de la madre, que debo volver a leer por necesidad y por placer,
sin ser simplificadora, emotiva o entusiasta, pero me gustaría expresar que le
debo muchísimo y que nunca después de este encuentro he vuelto a ver de la
misma manera a mi propia madre, ni a mi posición como hija, a la maternidad
como potencial y experiencia femenina. Y muchas de las preguntas a las que desesperadamente busqué respuestas en los sistemas de pensamiento de los
hombres, fueron decantadas allí y transformadas en inquietudes propias, al
tiempo que se aclaró un camino (por el que no dejo de transitar) en el cual ir
encontrando las palabras que den forma a mis intuiciones genuinas.
Volviendo a los avatares
a los que nos expone esta falsa identificación, es decir, compartir como
mujeres la masculina idea de una orfandad liberadora, fundadora de sí misma y
del yo, considero que los elementos del pensamiento moderno, ilustrado,
occidental, que se han colado eficazmente en gran parte del feminismo (en su
mayoría, tengo la impresión, como ya señalé, en aquél mediático y con
pretensiones de masividad), han conseguido que el rechazo a la maternidad,
acompañado del rechazo, más silencioso tal vez, a la madre, sean posiciones
tomadas como signos de libertad y de autonomía femenina.
Así, he leído tanto en
grandes teóricas del feminismo de la igualdad o del materialista, como en
comentarios de Facebook, discusiones políticas en espacios feministas, o conversaciones
casuales, adhesiones a dicha orfandad, señalando a las madres como tontas,
débiles, anticuadas, autoritarias, traidoras, etc. Asimismo, entusiastas
declaraciones respecto a la necesidad y la alegría liberadora que les
produciría “parirse a sí mismas”, “volver a nacer”, tener a las amigas como
“parteras”, “un segundo nacimiento”, etc. Este tópico en particular, el de parirse
a sí mismo, Luisa Muraro lo señala como un pilar del pensamiento filosófico
masculino, como parte central del trabajo de borrado del origen, siempre
materno, para situarse a sí mismos y a lo masculino en ese lugar: los hombres se
auto-procrean ante la imposibilidad que tienen de aceptar y reconocer que
provienen de una mujer, su madre[11].
------
"(...)
para el ser humano, el origen es siempre dual y dispar; dicho con más
precisión, que existe el período de la gestación, en el cual la madre tiene
dentro de sí a la criatura, de modo que, en el origen, el dos precede al
uno."[12]
Cuando hablo de un origen
femenino y materno de la humanidad, me estoy refiriendo a la profunda
complejidad y fecundidad de figuras provenientes del feminismo de la
diferencia, como orden simbólico materno y autoridad materna. Orden y
autoridad son, en el relato masculino del mundo, palabras con un significado
negativo, unidas inseparablemente a un horizonte necrofílico de violencia,
muerte y poder, diametralmente opuestas y hostiles a la libertad y la autonomía.
El orden y la autoridad
de los que hablo, son femenino y femenina respectivamente, y las nombro así usando
palabras que, habiendo descubierto gracias a otras, he transformado en propias
para expresarme a mí misma[13]. Ambas palabras provienen
de la madre, y no apuntan hacia el control y la
dominación, sino a nombrar el mundo. Dar orden pues, simbólico, que salve la
distancia entre yo y el mundo, las cosas, la realidad… Y autoridad tal como su
significado original, materno, señala, es hacer crecer, augere[14].
Como autora de nuestras vidas y dado que es de quien dependemos totalmente en los
primeros días, meses y años de vida, la madre nos hace crecer con el alimento
de su seno y de su boca, y, paulatinamente, para que podamos adquirir la
autonomía, debe darnos autorización para explorar y seguir nuestro propio
camino.
El reconocimiento de ese
vínculo originario con nuestras madres, nos hace conscientes también de la
situación dependencia de las que provenimos, y nos revela la necesidad de
confiar, pues confiadas necesitamos estar en su seno, en sus brazos, de su mano
en el momento en que no teníamos autonomía:
“Porque
no sería la independencia lo que nos daría libertad de pensamiento y de palabra
en el mundo, sino la dependencia con la madre, mediadora con la capacidad de
hablar”.[15]
Confiar en otra mujer,
hasta el punto de reconocer su autoridad sin miedo[16], me parece que es otra
dificultad femenina que cierto feminismo no ha hecho más que empeorar.
Creo que no serán pocas
las que podrán recordarse en una situación en la cual, inmersas en colectivos
feministas, se vieron empujadas a afirmar artificialmente una situación de
homogeneidad y horizontalidad. A mí me gusta llamarlo “horizontalismo”,
intentando dar cuenta de su carácter de exigencia ideológica para encajar en el
grupo, situación en la cual se presenta una demanda, a veces expresada, pero la
mayor parte de las veces implícita, por no sentir respeto ni aprecio por las
ideas ni las acciones de ninguna mujer en particular, o, en el caso de que
surja, silenciarlo, no reconocerla con nombre y de tú a tú, porque eso se
interpreta como una forma de jerarquía y dominio... Sería lo que “hacen los
hombres”, “patriarcado” … Pero si la prohibición sobre el reconocimiento hacia
otra mujer es poderosa, más fuerte aún resulta el mandato por la autocensura,
la prohibición de sentirse a sí misma capaz de tomar la palabra o actuar con
autoridad, contradecir, diferir de la masa, ser original.
A esto también se le suele
llamar sororidad, la defensa de la idea de que dado que todas somos
iguales, ninguna puede destacar y ser reconocida, porque eso violenta a las
demás. Y creo que no es casual, pues aunque se trata de ejercer sobre este notable
concepto feminista cierta violencia distorsionadora, la figura de un colectivo
de hermanas, todas iguales, intercambiables, me evoca la ausencia de la madre[17].
La desconfianza entre
mujeres, la envidia, el temor a reconocer autoridad en otra, por miedo a ser dominada
y perder la propia voz, o tener voz propia y dominar a otras, han sido y son
problemas muy frecuentes en la historia de las relaciones entre mujeres en
general, y del feminismo con mayor razón[18], y están estrechamente
ligadas al borrado de la relación originaria con la madre, pues esta modela
profundamente la relación de cada mujer con el mundo y con las otras, y al ser
una relación necesariamente dispar, que deposita en la madre una autoridad que
permite crecer y dota para la libertad en el reconocimiento de autoridad, la
confianza es su única condición de posibilidad.
Pero dado que el patriarcado
de los hombres, a pesar de ser decadente no pierde su astucia, hay que
reconocer su profunda y desastrosa intervención del vínculo materno-filial,
particularmente en el caso de las mujeres, que ha provocado un gran daño. Lo ha
hecho, justamente, porque en un vínculo robusto y libre con la madre, las
mujeres buscarían con más claridad y fuerza, su propia libertad en plena
consciencia de su diferencia sexual.
Así, la identificación
con los hombres, con la ley del padre, es lo que muchas madres expresan y
transmiten a sus hijas, provocando que el lazo fundante de la humanidad esté
oscurecido y contaminado.
Sin embargo, no me
detendré a elaborar el listado de las miserias que los hombres han arrojado
sobre nuestras madres, ni a satanizar la maternidad. Me basta con decir que
existe una dificultad, tenaz, dolorosa e insoslayable. Mi intención no es
juzgar ni condenar a mi madre con estas líneas, ni a las madres, dado que
pienso que el femin-ismo (como militancia) lo ha hecho intensa y duramente,
abstracción y tergiversación mediante.
La misma condición de
inevitabilidad de esa dificultad, aunque pueda estar falseada por la mirada
patriarcal y enmascarada bajo una exigencia de orfandad, me parece que pone de
relieve la centralidad de la madre real y concreta de cada una. No conozco a
ninguna mujer en busca de su libertad, que no exprese dolor o gozo, o ambos,
provenientes de la relación con su madre y en el centro de su propia
existencia. Y esto porque, entorpecida o no por la presencia patriarcal, la
madre, mi madre, es mi autora y suscribo plenamente a su autoridad.
Este reconocimiento no coloca
a mi madre como mi autora, porque lo será tanto si la reconozco como si me
niego a hacerlo, pero reconocerla hace que pueda abrirme a la relación con
otras, aprender a mirar a las otras mujeres y verme a mí misma libre(s) del
foco distorsionado de la misoginia, asumir mi diferencia sexual implica
necesariamente quitarme el velo de la igualdad y situarme en el mundo como la mujer
que soy, libre por ello y no a pesar de serlo:
“El
cuerpo es un don inseparablemente unido al don de la lengua (...)
El don es relación, y no una relación cualquiera sino una relación vinculante.
El don vincula, en realidad, para siempre, hasta lo infinito, como sabemos, por
ejemplo, cuando nos resistimos a volver a regalar un regalo: nos resistimos
porque sentimos el vínculo de la gratitud, y que este vínculo aspira a no
acabarse nunca. La lengua materna vincula porque ella es relación, es sintaxis,
infinitamente combinable, y porque se aprende en relación con la madre. El
cuerpo reclama relación porque está acostumbrado a ella, ya que fue concebido,
gestado y, por lo general, dado a luz en relación.”[19]
Lo in-evitable y lo
necesario para nuestra propia existencia femenina, es la madre.
Con todo lo anterior,
pienso, que la idea de una orfandad femenina es parte del proceso de
asimilación de las mujeres en la cultura masculina. Hoy no estoy en condiciones
de creer ciegamente en la existencia de una cultura humana universal, y en
ningún caso, en una sexualmente neutra.
Si existiera algo
universal en la humanidad, provendría sin duda de las mujeres, para ser más
precisa, de las madres. Esto porque si hay algo que tanto mujeres como hombres
compartimos, es el origen materno, con su dimensión biológica y material, y la
simbólica, que acostumbramos denominar lenguaje, y que no es otra cosa que la
bella capacidad de nombrar al mundo que la madre nos transmite por medio de la
lengua materna[20].
¿La repetición
rencorosa (e inútil) de un matricidio simbólico es lo que necesitamos para fundar
nuestra libertad? No lo creo, no lo siento ni lo he experimentado de esta forma, sino más bien lo contrario, reconocer a mi madre como mi fundadora me ha permitido respirar y abrirme a la complejidad propia y la de las otras.
Muy lejos estoy de
idealizar a mi madre, ella me parió, me dejó y sufrió conmigo y por mí, y yo
con ella y por su causa, a mi madre la tuve y la llevo cada día de mi vida,
llena como estoy de talentos y traumas… Dudo mucho de poder idealizar la
maternidad, como hija, como nacida de mujer y mujer, por lo tanto, con el potencial
de ser dos. La supuesta idealización de la que suelen acusar a quienes ponemos
a nuestras madres en su lugar, no es más que la otra cara de la satanización,
una mirada que des-humaniza y reifica a la mujer que nos parió. Yo digo: si la hubiese
idealizado nunca hubiese podido comprenderla, entender sus errores, dejar de
acusarla.
No es la idealización lo
que me lleva a escribir esto sino la encarnación de la experiencia, en este
cuerpo de mujer que mi madre trajo al mundo. Sé su pequeñez y su error, pero
también su excelencia y grandeza, como me sé a mí misma, y no podría estar como
estoy en este mundo, siendo la mujer que soy, si no aceptara su autoría y su
autoridad.
Como sea, las mujeres
hablamos de nuestras madres, hablamos de la maternidad. Necesitamos seguir
haciéndolo, como mujeres, fuera de la mirada masculina, sin miedo a admitir
nuestro origen dual, sin miedo a mirar a la cara, literal o figurada, a nuestra
autora, porque en ella parte nuestra genealogía[21].
NOTAS:
[1] Derechos y dignidad A PESAR de
nuestro sexo… Además, la idea de concesión, resulta sin duda un insulto.
[2] Los conceptos de desorden
masculino (que escribo con un guión intentando poner énfasis en su
contraste e intento de imitar al orden) y régimen del uno son propios de
los desarrollos teóricos del feminismo de la diferencia. Ver: Andrea Franulic: Aire
fresco y antiguo, 2018. Citaré a varias de sus referentas en este texto.
Otra interesante y rica aproximación a este pensamiento me parece el texto de
Jessica Gamboa Valdés: Una breve introducción al pensamiento de la
diferencia sexual, 2017.
[3] Pateman hace un iluminador análisis
del surgimiento del mito moderno de la democracia bajo la premisa del contrato
social, ella demuestra que este contrato, válido solo para los varones,
lleva implícito el derecho al acceso sexual de éstos a las mujeres tanto a
través del matrimonio como de la prostitución, ambas, instituciones necesarias
para que los hombres accedan al espacio público y al poder, precisamente a
expensas de la humanidad de las mujeres, a quienes consideran accesorias a sus
intereses, incluida su sexualidad depredadora y su obsesión por engendrar hijOs
que lleven su carga genética. Ver: El contrato sexual, 1988.
[4] Considerando que para el
pensamiento patriarcal la cultura y la naturaleza se oponen, y la primera tiene
una superioridad y primacía absoluta sobre la segunda: hace humanOs
sustrayéndolos de la animalidad.
[5] María Milagros Rivera cita a
Luisa Muraro y Luce Irigaray para señalar que lo que hay en la base del
patriarcado se parece más bien a un matricidio, el ocultamiento por parte de
los varones de la madre como origen verdadero y real.
[6] Segundo Manifiesto de Rivolta Femminile: "Yo digo yo", Roma, marzo de 1977. Audre Lorde, en: La hermana la extranjera, 1984.
[7] Diana Sartori: “Libertad «con». La
orientación de las relaciones”, Duoda, 2004, no. 26, pp. 108-109.
[8] Sobre esta condición patriarcal,
Diana Sartori escribe: "El vínculo primario no será, pues, con las
relaciones, y todavía menos con relaciones concretas y cercanas, sino más bien
con algo preferiblemente lejano y abstracto que les haga de medida. Las
relaciones son, pues, siempre «medidas» y nunca «medida»; en cierto sentido,
son siempre instrumentales, se instauran en vista de, funcionales, relativas a
otra cosa, secundarias. Por ser demasiado primitivas, se ponen en segundo
lugar. Quien responde a las relaciones como primera medida, corre seriamente el
riesgo de ser considerada (y uso intencionadamente el femenino) primitiva,
detenida en una fase arcaica e infantil del desarrollo, casi presimbólica,
inmadura, menor. Sin libertad. En un hombre, semejante actitud corre el riesgo
de suscitar la sospecha de falta de virilidad o de sospechosa sujeción a la
madre. Es decir, mantener la primacía de las relaciones y reconocerles
autoridad significa no ser sujeto plenamente autónomo. No tener a título pleno
la libertad subjetiva en la facultad de pensar, de juzgar, de querer, de
decidir, de actuar". Op. Cit., p. 109.
[9] “Feminismo, Arte
y mi madre Sylvia”, en Nuestra sangre, 1974 (Traducción de página Maldita
Radfem).
[10] Adrienne Rich: Nacemos de
mujer, 1976.
[11] Luisa Muraro: El orden simbólico de la
madre, 1991.
[12] Lucia Tavernini: “El juego libre
de la subjetividad femenina en la invención de prácticas de enseñanza de la
historia”, Duoda, 2004, no. 26, p. 121. Yo también soy profesora de
historia y recuerdo cómo la autora me conmovió al hablar de la orfandad que
sintió al intentar enseñar esta disciplina.
[13] Ya nombré a Andrea Franulic,
también a Luisa Muraro, y aparecerá María Milagros Rivera Garretas y otras que ahora no
se me vienen a la mente, pero siempre rondan.
[14] “La
palabra autoridad que viene del latín auctoritas, se derivó de
auctor, cuya raíz es augere, que significa aumentar, promover,
hacer progresar. Desde el punto de
vista etimológico, autoridad es una cualidad creadora de ser,
así como de progreso.” http://etimologias.dechile.net/
Este significado, al igual que la resonancia bella y poderosa de la palabra,
así como muchas otras verdades, la conocí por Andrea Franulic, mujer a quién aprecio
profundamente y reconozco autoridad.
[15] María Milagros Rivera Garretas: “Nombrar
el mundo en femenino”, Duoda, 2004, no. 26, p. 207.
[16] Affidamento, confiarse,
fiarse de la otra mujer, es otra figura clave de las feministas italianas de la
diferencia.
[17] Es interesante tener en cuenta que
la sororidad nace como contraposición a la idea de fraternidad,
moderna y liberal, masculina y excluyente.
[18] Respecto a esto se ha escrito
bastante y no lo suficiente. Y quizás, sobre todo, no desde una mirada
suficientemente consciente del origen de estos problemas. Sin embargo, sí
existen reflexiones poderosas y lúcidas, las que, aun viniendo de contextos y
momentos diferentes, provienen de experiencias de hostilidad oscurecidas por la
inexpresión y la desconfianza por parte de otras mujeres, que motivan a las
autoras a escribir con la voluntad de entender, el valor de nombrar y la
honestidad. Entre los textos que mayor huella me han dejado y en los cuales
reconozco un gran aporte: Denise Thompson: “Una discusión sobre el problema de
la hostilidad horizontal”, 1993 (traducción de Anna Prats); Jo Freeman: “Trashing:
el lado oscuro de la sororidad”, 1976 (traducción de Anna Prats); Tiria: “La
hoguera sorora”, 2017; Jessica Gamboa y Andrea Franulic: “De aquí no sale:
reflexiones sobre el rumor”, 2014. A todo esto, podría sumar mi propia
experiencia en situaciones similares y mis reflexiones, pero me parece que
necesito madurarlas más.
[19] María Milagros Rivera Garretas:
"Vivir el cuerpo como un don", Duoda, 2009, no. 37, p. 41.
[20] Andrea Franulic me dio las
palabras más precisas para señalar las dos formas en que las madres fundan lo
humano: biológica y semiológica. Como se debe leer en todo este texto, no son
las únicas palabras que me ha dado, y en ella reconozco autoridad y mediación.
Gracias por tanto, querida Andrea.
[21] La que, por supuesto, puede ir más
atrás y continuar, pero tiene a la madre como punto de partida. No se trata de
una línea recta apuntando hacia adelante, imitación de la ideología masculina
del progreso, del motor de la Historia, sino más bien de una red
o una telaraña, con múltiples anclajes y un entramado rico y complejo… María
Milagros Rivera Garretas también ha hablado del hilo de oro de la
experiencia femenina de la libertad.
Muchas Gracias Dome por este texto. De lujo! muy gratificante leerte! Acabo de descubrir tu blog y he quedado fascinada con tus letras...con paciencia, continuaré leyendote y aprendiendo junto a tí.
ResponderEliminarGracias por tus palabras, es un placer que mis palabras te generen repercusión. Saludos.
EliminarComo principiante (teórica) en el feminismo, el verdadero, me place y me genera muchas reflexiones tu texto. He revivido en mi mente y me he colocado de nuevo en el escenario de la discusión con mi madre(de todo tipo) y he identificado las formas de este borrado de la mujer como gestora y "autora" de vida. Muchas gracias, volveré de nuevo a tu(s) texto(s).
EliminarMuchas gracias a ti, es muy bello siempre saber que las palabras de una llegan y se regresan resignificadas.
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