¿Qué es la heterosexualidad?

 



Un problema... Un problema para las mujeres


Generalmente, al mencionar el término heterosexualidad en un contexto no feminista, se suele pensar en la “orientación sexual” de la mayoría de la población, en un estado natural (compartido por la humanidad con los demás animales) y como sinónimo de la “normalidad” de las relaciones amorosas y sexuales entre las personas.


Así también, pensadoras como Adrienne Rich o Monique Wittig, parecen haber abierto una brecha fructífera en esta manera de “definir” la heterosexualidad, al acuñar conceptos como heterosexualidad obligatoria o pensamiento heterosexual.

Desde una perspectiva radical, los análisis respecto a la centralidad del sexo (como diferencia encarnada, corporalizada, entre hombres y mujeres), la violencia sexual, las relaciones sexuales y los vínculos afectivo-eróticos, así como a la subjetividad de las mujeres, construida/elaborada/manipulada para servir, en el origen, desarrollo, primacía y persistencia del patriarcado, aspectos tempranamente planteados por referentes radicales como Firestone o Millet, Dworkin o Lerner, permiten comprender el camino que lleva a poner a la heterosexualidad en el centro de los cuestionamientos feministas.

Creo que la crítica política de la heterosexualidad es una consecuencia ineludible del feminismo, siempre y cuando este se entienda como un entramado de ideas y acciones que pone en su centro a las mujeres y su bienestar, una política feminista, por decirlo así, en su sentido complejo y fuerte, debería contener necesariamente una aproximación pensante a un fenómeno que, sin duda, se inscribe como una trampa a la libertad femenina.

Solo para dar un ejemplo, sin una aproximación de este tipo, se pierden todos los análisis y los aportes del feminismo radical, hasta el punto que considerar a la heterosexualidad como una orientación innata, determinada biológicamente, que nos hace desear los vínculos sexuales y afectivos con los hombres, no sería compatible con ser radical. Pongo acento en esto porque veo con preocupación como el feminismo radical adquiere cada vez más el aspecto de una identidad ideológica de redes, y surgen supuestos feminismos radicales (más comúnmente conocidos como “radfem”) que usan sin mayor análisis términos como orientación sexual, heteronorma, etc.

En este sentido, cabe señalar que Rich y Wittig, probablemente las más citadas si se trata de hablar de la heterosexualidad desde una análisis político, ni siquiera son las primeras que “esbozan” el problema de la heterosexualidad, esto ya estaba presente en textos como “El mito del orgasmo vaginal”, de Anne Koedt en el año 1968; el de Lonzi: “La mujer clitórica y la mujer vaginal” de 1971, nuevamente Koedt en 1970, La mujer que se identifica con la mujer; Jill Johnson con La Nación lesbiana de 1973; en 1975, aparece el texto The normative status of heterosexuality, del colectivo de lesbianas Purple September, de Amsterdam (gran parte de esta revisión la realiza Ochy Curiel, en La nación heterosexual)[1].

Todas, mujeres y textos sobre los que, en la actualidad, parece urgente regresar, en busca de luces y de la reconstrucción de nuestra genealogía de lesbianas feminista.

Sin embargo, la huella, la persistencia y la notoriedad de Rich y Wittig, así como la incorporación de sus análisis, a veces sin comprenderlos, en el lenguaje habitual de las feministas lesbianas, juntas o separadas, y de sendos antifeminismos, amerita, me parece, cierto abordaje especial sobre ellas.

La intención de mi intervención es doble, por un lado, me gustaría describir de la manera más clara que mi entendimiento hace posible, a qué apuntan las dos autoras citadas al plantear estos análisis de la heterosexualidad. En segundo lugar, mostrar cómo estos análisis hacen tambalear las ideas respecto a la naturalidad de la heterosexualidad, y cómo la sitúan de lleno en el plano de las relaciones de poder entre hombres y mujeres.

Los textos que ambas autoras publican entre fines de la década de 1970 y principios de la de los ochenta (Wittig en 1978 y Rich en 1980) surgen de experiencias e ideas lesbianas, de corte radical y materialista y ambos posen la intención de desafío, de fundación y de gesto iniciático.

En términos generales, me permitiré señalar que no se trata de teorías plenamente desarrolladas, sino, más bien, de coordenadas o pistas, bastante fructíferas por lo demás, relativas a cómo opera la heterosexualidad para las mujeres. Ambas autoras, parten de la constatación de la invisibilidad de las lesbianas, ya se trate de la civilización patriarcal en su conjunto, o del propio feminismo (particularmente, en Rich, algo que se repite en nuestros días, un total silencio respecto a las lesbianas cuando se habla de “sexualidad”, amor o deseo, como si estas no existieran, o al menos, no esas dimensiones de la humanidad).

Para Wittig[2], la heterosexualidad es mucho más que una “práctica sexual” generalizada, de acuerdo a sus planteamientos, se trata de una forma de ver y de ordenar el mundo humano en su totalidad. Específicamente, la heterosexualidad como régimen crea a dos clases (en el sentido materialista del término) de seres humanos, en cuya existencia vis a vis y supuesta complementariedad, está implícita la jerarquía.

La mujer será el complemento del hombre en esta lectura, y no nos engañemos, mientras los hombres permanecen íntegramente como tales, las mujeres se mutilan para “encajar” en esta trampa complementaria.

La noción de “pensamiento heterosexual” planteada, no debería ser reducida a la mera expresión de cierta inclinación afectiva, sexual, etc., el pensar heterosexualmente tendrá consecuencias en la conformación de toda la simbólica, el lenguaje humano (de los hombres), y logrará convertir esta noción de humanidad en un baldío inhóspito para las mujeres, en la que a duras penas habitamos, mayoritariamente convencidas de la desgracia de ser mujeres o NO HOMBRES:

“¿Cuál es entonces este pensamiento que se niega a analizarse a sí mismo, que nunca pone en cuestión aquello que lo constituye en primera instancia? Este pensamiento es el pensamiento dominante. Este pensamiento afirma que existe un «ya ahí» de los sexos, algo que precede a cualquier pensamiento, a cualquier sociedad. Este pensamiento es el pensamiento de los que gobiernan a las mujeres.”

Se trata de un pensamiento que impide ver otra cosa que “naturaleza” en las relaciones establecidas entre los sexos, es decir, en la heterosexualidad.

“Ello se plantea así, aunque la categoría de sexo no tiene existencia a priori, antes de que exista una sociedad. En cuanto categoría de dominación, no puede ser el producto de la dominación natural, es el producto de la dominación social de las mujeres ejercida por los hombres, ya que no existe otra dominación que la social. La categoría de sexo es una categoría política que funda la sociedad en cuanto heterosexual. En este sentido, no se trata de una cuestión de ser, sino de relaciones (ya que las «mujeres» y los «hombres» son el resultado de relaciones) aunque los dos aspectos son confundidos siempre cuando se discuten. La categoría de sexo es la categoría que establece como «natural» la relación que está en la base de la sociedad (heterosexual), y a través de ella la mitad de la población —las mujeres— es «heterosexualizada» (la fabricación de las mujeres es similar a la fabricación de los eunucos, y a la crianza de esclavos y de animales) y sometida a una economía heterosexual.”

Por otra parte, para Wittig, la calidad de la lesbiana es la de la fugitiva respecto al régimen heterosexual. Allí radican las razones para castigarla, justamente, para considerarla una rareza, una excentricidad… y en cierto modo, lo sería. Lo sería, en tanto no permite el acceso sexual de los hombres.

O sea: no realiza el gesto de sumisión primigenia exigido a las mujeres para ser consideradas parte del orden heterosexual. Sin embargo, esa fuga se mantiene abierta como promesa para todas las mujeres[3].

Así mismo, la heterosexualidad no será solo un problema para las lesbianas, las no atraídas sexualmente por los hombres, las no orientadas a desear a los hombres… Digámoslo así: el problema de ser mujer, o ser mujer como problema, solo existe porque existe la heterosexualidad. La heterosexualidad es el real problema de las mujeres.

No es el sexo con los hombres (coito de 5 minutos, ya sabemos que su función es reproductiva): es el mundo heterosexualmente constituido.

Por supuesto que la sexualidad de las mujeres ocupa un lugar central en la heterosexualidad, ya que es nuestra sexualidad, inscrita en nuestros cuerpos, la que es interpretada como amenazadora por los hombres. La que necesita ser colonizada y reducida. Es el punto exacto donde se ancla la heterosexualidad. Aunque esto no significa que se limite a ella. Más bien, sucede lo contario, se trata de un punto a partir del cual la heterosexualidad se expande, se amplía y se fortalece, transformándose en instituciones como el matrimonio y la familia, la prostitución y todo tipo de violencia sexual como forma de terror contra las mujeres, avanzada la historia occidental, surgen la medicina, el capitalismo (sistema económico insostenible sin la familia nuclear y el relato: proveedor, madre-esposa, hijos e hijas: lo público y lo privado), el Estado moderno y las leyes (que en su falsa, imposible, pretensión de igualar nos hace desaparecer invitándonos a participar del festín liberal democrático)... el amor romántico (heterosexual por necesidad y definición)[4], etc.

Sexualidad negada de las mujeres, cuerpos negados: el clítoris (Koedt), así también el primer vínculo afectivo-sensual es con la madre… ¿cómo nos heterosexualizan? Hasta Freud es incapaz de disimular la farsa tras la heterosexualidad, cuando representa la heterosexualidad de las mujeres como resignación ante la idea de no poder acceder a la madre-mujer: “por no tener pene”… las lesbianas conocemos otras formas de acceder a las mujeres, acceder-nos entre mujeres…

Volvamos a este punto, la sexualidad como eje… Qué tipo de sexualidad es la de los hombres, que se impone sobre las mujeres. Justo aquella del pene. ¿¿Es “solo” “sexualidad”??

Volvamos a Rich, quien realiza su conocido recuento de las características del poder de los hombres:

1. negarles a las mujeres [su propia] sexualidad - [mediante la
clitoridectomía y la infibulación; los cinturones de castidad; el castigo, que
puede ser de muerte, del adulterio femenino; el castigo, que puede ser de
muerte, de la sexualidad lesbiana (…); 2. o de imponerla [la sexualidad masculina] sobre ellas - mediante la violación (incluida la violación marital) y el apaleamiento de la esposa; el incesto padre-hija, hermano-hermana; la socialización de las mujeres para hacerlas creer que el «impulso» sexual masculino equivale a un derecho; la idealización del amor heterosexual en el arte, la literatura, los medios de comunicación, la publicidad (…); 3. forzar o explotar su trabajo para controlar su producto - [mediante la institución de! matrimonio y de la maternidad como producción gratuita (…); 4. controlar o usurparles sus criaturas - [mediante el derecho paterno y el «rapto legal» (…); 5. confinarlas físicamente e impedirles el movimiento - [mediante la violación como terrorismo, dejando las calles sin mujeres (…) atrofiar las capacidades atléticas de las mujeres; los tacones altos y la moda «femenina» en el vestir; el velo; el acoso sexual en la calle (…); 6. usarlas como objetos en transacciones entre hombres - [uso de mujeres como «regalo»] la dote marital; proxenetismo (…); 7. limitar su creatividad - [persecuciones de brujas como campanas contra las comadronas y las sanadoras y como pogrom contra las mujeres independientes y «no asimiladas»; definición de los objetivos masculinos como más valiosos que los femeninos en cualquier cultura, de modo que los valores culturales se conviertan en personificaciones de la subjetividad masculina; la restricción de la autorrealización femenina al matrimonio y la maternidad; la explotación sexual de las mujeres por profesores y artistas hombres; el desbaratamiento social y económico de las aspiraciones creativas de las mujeres; la cancelación de la tradición femenina]; 8. privarles de amplias áreas de los conocimientos de la sociedad y de los descubrimientos culturales - mediante el no acceso de las mujeres a la educación; el «Gran Silencio» sobre las mujeres y especialmente la existencia lesbiana en la historia y en la cultura (…)”[5].

Y lo que señala Rich es lo siguiente, que a la luz de una mirada actual tal vez parezca más claro aún: todas esas características son posibles solo si existe la heterosexualidad.

Rich continúa haciendo un largo y documentado recuento de las formas en que la sexualidad de los hombres se manifiesta como violenta, fetichista del pene, mutilada y reducida a la penetración, des-humanizada, y, básicamente, como es que éstos han aprendido a blandir sus penes como armas contra las mujeres e infundirles tanto el terror como la obsecuencia frente a la dominación, la identificación con lo masculino, pues, mediante la colonización de nuestras subjetividades con los “valores” fálicos, falocéntricos, de los hombres: la pornografía, la prostitución, la violación… como prácticas normalizadas por éstos. Como prácticas en las cuales no solo participan activamente, más bien, en las cuales buscan y encuentran placer, así como una definición de sí mismos (respecto/como superiores a las mujeres), y por supuesto, con las que reafirman y ejercen su dominación activamente.

Ahora bien, si, digamos, ese no es el “estado natural de las cosas”, ¿cómo es que se llega a este estado de heterosexualidad? Por medio de la violencia “sexual”, si se puede decir así, porque no es solo sobre “sexo”.

O así al menos lo sugiere Rich citando a Susan Cavin: la violación de las madres habría sido el acto fundacional del patriarcado… Tesis, dice la propia Rich, tan especulativa como “rica y provocadora”: “el patriarcado llega a ser posible cuando la banda femenina originaria, que incluye a las criaturas pero excluye a los adolescentes varones, es invadida y dominada numéricamente por hombres; que la violación de la madre por el hijo, y no el matrimonio patriarcal, se convierte en el primer acto de dominio masculino. El primer paso, o palanca, que hace posible que esto ocurra, no es un simple cambio de la tasa de masculinidad; lo es también el vínculo madre-hijo, manipulado por los adolescentes varones con el fin de seguir estando dentro de la matriz después de la edad de exclusión. Se utiliza el afecto materno para imponer el derecho masculino de acceso sexual que, sin embargo, ha de ser sustentado a partir de entonces por la fuerza (o mediante el control de la conciencia), puesto que el vínculo adulto originario profundo es el de la mujer hacia la mujer. Considero esta hipótesis extremamente sugerente, puesto que una forma de falsa conciencia que contribuye a la heterosexualidad obligatoria es el mantenimiento de una relación madre-hijo entre mujeres y hombres, incluida la demanda de que las mujeres proporcionen solaz maternal, nutran sin cuestionar nada y muestren compasión hacia sus acosadores, violadores y agresores (además de hacia los hombres que pasivamente las vampirizan)”. (Señalemos que, Marilyn Frye, otra gran lesbiana radical, desarrolla una excelente justificación del separatismo a partir de la tesis del parasitismo masculino).

Volviendo a Rich, no en vano, la maternidad es uno de los temas que ocupan el centro de sus preocupaciones. La idea de vínculos entre mujeres rotos por los hombres, falseados, invisibilizados, etc., además, será una de las más ricas exploraciones llevadas a cabo por las feministas de la diferencia (Muraro, Franulic, entre otras)[6]

En esta misma línea, Rich señala lo siguiente:

“Si las mujeres somos la primera fuente de atención emocional y cuidados físicos tanto para las niñas como para los niños, parecería lógico, al menos desde una perspectiva feminista, plantear las cuestiones siguientes: si la búsqueda de amor y de ternura en ambos sexos no llevará originalmente hacia las mujeres; porqué iban las mujeres a modificar la dirección de esa búsqueda; por qué la supervivencia de la especie, el medio de fecundación, y las relaciones emocionales/eróticas tendrían que llegar a identificarse entre sí tan rígidamente; y por qué serían consideradas necesarias ataduras tan violentas para imponer la lealtad emocional y erótica y el servilismo
plenos de las mujeres hacia los hombres. Dudo que suficientes especialistas y teóricas feministas se hayan tomado la molestia de identificar las fuerzas sociales que arrebatan las energías emocionales y eróticas de las mujeres de ellas y de otras mujeres y de valores identificados con mujeres. Esas fuerzas, como intentaré mostrar, van de la esclavitud física literal a la tergiversación y distorsión de las opciones posibles.”

Aquí detengo mi semi revisión teórica. Aunque no se detiene la genealogía. Desde antes de Rich y Wittig, después de ellas y en la actualidad, así como seguirá sucediendo con las que vienen, las lesbianas continuamos nuestra existencia, persistimos, como dijo una poeta lesbiana.

La cuestión que nos convoca es, fundamentalmente: ¿qué ha cambiado desde que Koedt, Wittig o Rich apuntaron el problema?

No se trata solo de hombres-matando-a-mujeres, aunque, si dudan, les puedo citar decenas de ejemplos: matan a SUS mujeres. O las matan si una de ellas se niega a ser SUYA. O la obligan a ser SUYA y luego la matan, o etc., etc., etc.

Sobre todas las cosas, es entre nosotras, entre mujeres feministas, reconocidamente despiertas respecto a un listado de opresiones que van a dar en el concepto clave “patriarcado”… ¿Cómo podemos seguir teniendo a los hombres como centro de nuestras vidas, sabiendo que ello implica des-centrarnos de nuestra propia humanidad y colaborar en la negación de la humanidad de todas las mujeres? ¿Por qué?

No nos toca acusarnos entre nosotras, pero sí nos debemos la honestidad, la crítica y la autocrítica.

La crítica feminista lesbiana a la heterosexualidad se trata sobre todo de sacar conscientemente a los hombres del centro de nuestras vidas. Y comenzar a pensar en lo que nos hacemos y lo que no, a nosotras y entre nosotras. Y lo que queremos hacer-nos y hacer entre nosotras.

En otras palabras, lo que nos ocupa es pensar un feminismo más allá de la heterosexualidad como sistema, como institución que permea todos los ámbitos de la vida. Pensar un feminismo que no sea militancia e interrupción de la vida normal de las mujeres, para luego regresar a una normalidad supeditada al poder masculino. Un feminismo que sea una vida de mujeres con mujeres, entre mujeres.

En este marco, me parece que la existencia lesbiana, como “asunto” del feminismo, y las lesbianas, como voces dentro del mismo, podemos arrojar algunas luces. Por supuesto, no se trata de la reivindicación de un esencialismo lesbiano, sino al contrario, de apostar por reflexionar sobre la relación de la mujer consigo mismo, con la otra, y entre nosotras.

Si puedo sintetizarlo: El potencial lesbiano más importante y feminista, radica en el establecimiento de unos vínculos vitales entre mujeres a un nivel en que los hombres desaparezcan del centro de nuestras vidas en todos los ámbitos en los que lo ocupan: referentes de humanidad, el deseo, el sexo, los valores en general, la estética y un largo etcétera que sería posible de resumir como LA SIMBÓLICA.

 

 

 

Doménica Francke Arjel

Feminista radical de la diferencia, lesbiana.

Profesora de Historia.

 

Texto escrito con ocasión del II Encuentro de feminismo Radical y Lesbiano, Chillán, 2018, sometido a una breve revisión y corrección en octubre de 2020.

 



[1] Se reconoce este aporte, a pesar de las serias diferencias que, como lesbiana radical y de la diferencia, tengo con Curiel. Además, y respecto a una autora con la que la diferencia es francamente un abismo, Gayle Rubin, también debo reconocer una deuda. Vez, una deuda analítica en relación a qué es la heterosexualidad para las mujeres. Me refiero a la excelente crítica que realiza tanto de la antropología como del psicoanálisis en su artículo de 1975: Tráfico de mujeres. Todos sus análisis apuntan a la artificialidad y violencia política tras el proceso de heterosexualización a la que son (somos) sometidas las mujeres.

[2] Respecto a Wittig y las polémicas que la rodean, debo señalar que no comparto ni el fondo ni la forma de su afirmación “las lesbianas no son mujeres”, ya que sanciona, a mi parecer, a la heterosexualidad con destino para las mujeres. Por mi parte, a partir de muchas autoras citadas y no citadas aquí, creo firmemente que todas las mujeres somos lesbianas y se nos somete a la heterosexualización. Además, desde este punto de vista, la idea de que toda mujer puede ser lesbiana (Jeffreys) se refuerza y armoniza con toda la genealogía lesbiana y también con el continuum, planteado por Rich.

[3] Este texto fue escrito el 2018, ahora que lo reviso, en 2020, tras mucho recorrido de la mente y del corazón, camino hecho con otras mujeres, pienso que no hay que abandonar el mundo, sino solo la cultura de los hombres, y que no es la condición de fugitivas sino la de mujeres libres, señoras de nuestras vidas, la que nos corresponde, decirnos fugitivas es seguir dando a los hombres poder sobre nosotras para definirnos. No nos apartamos del mundo, sino solo de la miseria que no nos pertenece.

[4] Por eso, reniego de cualquier análisis, deconstrucción, etc., del amor romántico que no considere a la heterosexualidad como centro del problema. Cada vez que partimos una crítica, supuestamente feminista, sobre cualquier tema, asumiendo como naturales las instituciones del patriarcado, retrocedemos, nos replegamos, mutilamos las fuerzas de nuestra genealogía de pensadoras lúcidas y coherentes.

[5] Todas estas características, Adrienne Rich las toma del texto: El origen de la familia, Kathleen Gough (1973), solo que agrega el factor heterosexualidad obligatoria a este análisis.

[6] Ojo aquí con las reivindicaciones “feministas” por incorporar a los hombres en la crianza de las hijas (e hijos) de las mujeres.

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