Diferencia sexual y estar en el Mundo

 

Pintura rupestre: "La recolectora de Miel", 7.000 a. C., Cuevas de la Araña de Bicorp (Valencia, España).


Bajo el disfraz del feminismo, en algunos casos se esconde una soberbia solipsista insoportable.

"Solo te tienes a ti", "No le debes nada a nadie", "Eres el amor de tu vida", "Te curas sola", "Renuncia al deseo de ser amada", etc.

Ni siquiera se trata de que ese despliegue de narcisismo y soberbia tengan consecuencias terribles en nuestras relaciones, en el mundo.
Antes que eso, más profundamente, el problema es que es mentira.

Nosotras, las mujeres, deberíamos saberlo mejor que nadie.
No niego que en algún momento de desilusión o rabia, esas fórmulas puedan parecernos atractivas.

Nos guste o no es condición de nuestra existencia el provenir de otra, el llegar al mundo de la mano de otra (a mí me gusta, aunque no niego lo complejo que es), no debemos olvidar que de eso se trata ser criatura humana, ser mujer.
El solipsismo y la soberbia han sido terrenos históricamente masculinos, y algunas ya han dicho que en ese terror a estar en relación, ese terror a depender, puede estar en el corazón de esta gran farsa funesta que hemos llamado "patriarcado".

Bueno sería que el pensamiento femenino, en lugar de figurarse que llegar a pensar como un hombre (equivocado) es alcanzar una cumbre de la inteligencia, se mantuviera fiel a la verdad y a la diferencia sexual.
En esto pienso cuando leo a Carla Lonzi decir cosas como "no tendré un momento de prestigio a mi disposición".
El prestigio que dan los hombres y su mundo tiene que ver con medirnos con ellos: ¿qué tan independientes, empoderadas y autorreferentes podemos llegar a ser? ¿tanto cómo ellos? ¿más que ellos?

Diferencia sexual significa algo, no cualquier cosa, y ese "algo" es el cuerpo que habla, que no es un mero "dato biológico" para pelear con los activistas de moda.
La diferencia sexual, que se despliega libre y abiertamente hacia el infinito, tiene un punto de inicio, y ese inicio es el cuerpo que se es.
Un cuerpo de mujer no es mudo, tiene una voz que, ¡miren qué cosas!: se aprende de la madre.
Y sucede que la madre es otra, no una proyección de la fantasía omnipotente masculina. Yo no soy mi madre, no me parí a mí misma, no vine sola al mundo y no estoy sola en él.
Y para hablar en lengua materna, hacer simbólico, aquello que me humaniza y hace auténtica, necesito de las otras, de los otros, del mundo compartido.
Yo sí debo, yo espero, yo no me "hice a mí misma".
Y no someterse a la moral imperante no significa que no tengamos unas coordenadas de humanidad femenina que nos guíen.
Antes se decía "valores", no sé cómo decirlo hoy, pero se trata de tomar en cuenta que no estoy sola en el mundo y que algunos de mis actos tienen consecuencias para otras.

No se trata solo de que nuestra propia existencia dependa de la de las demás, y es así. También se trata de la vida que queremos vivir como criaturas humanas que somos. Se trata de la presencia.

Así que no. Yo no puedo olvidarme de ti, no puedo aplastarte y dejarte petrificada, no puedo negarte.

Existes, estás, y deseo tanto como necesito estar en relación contigo.

(Y todas -y todos- aquellas con los que no deseo estar en relación, siguen ahí, me interesen o no, el mundo también lo comparto con ellas y ellos).

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